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  • Foto del escritorDr. Goodfellow

Verba volant, scripta manent


Sirva de aviso el título. Porque, dadas mis actuales circunstancias (un desprendimiento de retina me tiene polifémica), he accedido a Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, premio Herralde 2019, a través del formato audiolibro, lo que me ha privado de la grata tarea de la nota y el subrayado como fase previa a la citación, que siempre queda bien en apoyatura de una reseña. Y, no nos engañemos, algo se me habrá escapado de la estupenda narración reinterpretada por Mara Brenner. Aun así, intentaré fijar aquí mis impresiones, para que no se las lleve el viento. Porque lo que es impresión, considerado el término como efecto o sensación en el ánimo, como miedo directamente, pues sí que me ha dado. Y mucho.


Lo primero que debería decir es que la obra de la joven escritora argentina, a la que el tema de los huesos y los muertos parece atraerle más de la cuenta (léase Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios, Anagrama, 2021), es una novela de terror con todas las letras, por momentos directamente empantanada en lo gótico y lo macabro. Pienso en esos pasadizos donde Mercedes enjaula a sus víctimas, en los paisajes que acompañan a la muerte del hijo de Florence, en la casa emparedada donde alguien desaparece, y se me eriza hasta el último vello. Y no es un género en el que sea ni mucho menos ducha, y tampoco es de mis preferidos. Pero es que la autora traspasa esos límites y crea una arquitectura compleja, y, sin embargo, accesible, en la que recorre la biografía de Gaspar, sus antecedentes y quizás el inicio de su futuro, y, con ella, una etapa igualmente oscura en la historia reciente de Argentina (hay pues, también, una lectura política), lo que la convierte en mucho más que una simple narración donde una secta, la Orden, que espero sea del todo ficticia, se dedica a sacrificar y mutilar seres humanos con el único propósito de satisfacer a sus dioses y encontrar (oh, qué previsibles somos los mortales), a través de ciertos ritos, dictados por esa malignidad sobrenatural desconocida e interpretados por una jerarquía femenina más diabólica que humana, la deseada vida eterna.


Porque de eso se trata. De no conformarse con lo que tenemos y buscar la trascendencia. Aunque esta implique el sometimiento a la Oscuridad. Y de la atracción que esta ejerce sobre todos. De hecho, yo no podía parar de leer, o de escuchar. (Será cierto que todos tenemos nuestra parte de noche). Pero es que la perturbadora forma de narrar de Mariana Enríquez, la naturalidad con que cuenta lo inenarrable, la frialdad con que despedaza cuerpos y reproduce tradiciones folklóricas (la de San Huesito y San la Muerte, con sus oratorios y reliquias), es de una maestría que ya quisieran otros, y te deja atrapada en la negra tela de araña de la ambigüedad, del misterio, de lo no dicho, hasta que todo, parentescos, encuentros, desencuentros, cronologías, marcas, accidentes, fosas comunes, termina encajando con una solidez abrumadora y sin ninguna impostura. Como si no pudiera ser de otra manera.


Pero hay otras muchas lecturas, otros muchos temas que espigar entre las cerca de setecientas páginas (o de veinticuatro horas en versión audible) de este libro. La amistad del grupo de niños que crece y se apoya con el tiempo, mucho más frente a la adversidad y la pérdida. Las relaciones paterno-filiales, siempre conflictivas. El peso de la sangre (sangre hay mucha, y un análisis pormenorizado del cuerpo y sus heridas), de la familia; la herencia con la que se nos carga. La elección entre el bien y el mal, la eterna dicotomía que para mí se refleja en el doble nombre (en español y en inglés) de Esteban, dividido entre la lealtad a la familia y la amistad hacia Juan y su hijo. Las consecuencias de los actos. La invisibilidad de la pobreza, el poder del dinero (esas familias que todo lo controlan, que tienen impunidad absoluta, incluso para matar), pero también del amor, encarnado en Juan, el padre de Gaspar, que intenta por todos los medios salvarlo de un destino terrible, que desafía todos los límites humanos y sobrehumanos. Que arrostra algo muy parecido a la locura. Y no es el único.


No voy a hablar del final, que creo, tras tanta intensidad, tanto mantenerse en el misterio y el horror, se precipita un poco. O simplemente es que no me hubiera importado lo más mínimo seguir escuchando la voz pausada y dúctil de la actriz y dobladora Mara Brenner, que me ha hecho esta experiencia nueva bastante agradable. Aunque de unos días a esta parte me cueste aún mucho más dormir con placidez.


Elena Marqués

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