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Elogio de la mediocridad

Foto del escritor: Dr. GoodfellowDr. Goodfellow


Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Programas musicales en televisión que no eran una mezcla de karaoke y reality para aspirantes a cantantes; entrevistadores serios que no le preguntaban a los invitados si lo que veían en una foto era un culo o un codo; periodistas titulados que analizaban la actualidad con respeto por la veracidad y por su profesión; políticos con el don de la palabra; periódicos sin faltas de ortografía; libros de José Saramago en la lista de los más vendidos. Todo eso se ha perdido y han llovido lágrimas de nuestros ojos incrédulos por su ausencia. ¿Es hora de claudicar?


Hoy, hasta la radio se ha olvidado de la buena música que se hace en la actualidad (que la hay) para vivir de la radio fórmula; es difícil encontrar una entrevista en la que el invitado no tenga que bailar, contar un chiste o contestar cuantas veces ha follado en el último mes; la actualidad la comentan influencers con el graduado E.S.O. como techo académico; los políticos hablan enhebrando eslóganes y ocurrencias chistosas con un discurso diseñado para necios convencidos de antemano. De las faltas de ortografía y los errores de sintaxis en la prensa digital mejor ni hablamos. En cualquier faceta artística o profesional que analicemos, una legión de iletrados sigue a un puñado de mediocres. Los admiradores se sienten tan identificados con la exitosa falta de talento de sus ídolos que sueñan con ocupar algún día su trono de cartón piedra. En el futuro puede que todo vaya a peor. Lógico, los cerebros de las generaciones acostumbradas al lenguaje audiovisual cutre y escasamente elaborado de las redes se arriesgan a sufrir un derrame a poco que una película arranque con un plano secuencia. ¿A quién puede sorprender a estas alturas que los mensajes de los políticos más populistas calen en una población ávida de escuchar soluciones sencillas para resolver problemas complicados, aunque no funcionen? ¿Quién va a apelar a la razón y la reflexión pudiendo abrazarse al sentimiento que les provoca una bandera, un himno o un mantra sencillo?


Si trasladamos este gusto por lo mediocre a la literatura, que a fin de cuentas es de lo que siempre hablamos aquí, no debe sorprendernos que la mayoría de los críticos (a sueldo) y de los jurados de certámenes (en nómina) destaquen de cualquier texto la sencillez de su prosa, expresión que no es más que un eufemismo que oculta la palabra simpleza. Y es que para la inmensa mayoría de los lectores cualquier texto medianamente complejo suena a mensaje críptico y provoca cefalea. El mercado del libro, ya de por sí distorsionado por la cantidad de publicaciones, pertenece al monopolio editorial que controla sellos de prestigio, medios de comunicación, distribuidoras, grandes centros comerciales, agentes literarios y hasta a autores. Las escasas editoriales independientes sobreviven como pueden. Las de autoedición publican lo que sea, nutriéndose del ego de sus escritores convertidos en clientes. Entre las de edición tradicional las hay que se preocupan más por la cantidad de seguidores en redes de sus aspirantes a autores que por la calidad de sus obras. En la guerra entre la popularidad y el talento, las armas de precisión para llegar a los lectores están en manos de los representantes del primer grupo.


¿Qué podemos decir de los escasos valientes que apuestan por la calidad de los textos? Cincuenta y siete años después de la publicación de Cien años de soledad, toda la literatura en español está ocupada por los mediocres… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por autores, editores, lectores y libreros irreductibles amantes a la literatura resiste todavía, y como siempre, al imperio. Pero la vida es fácil para las guarniciones que los rodean. Repito, ¿es hora de claudicar?

 

Manuel Valderrama Donaire

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