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  • Foto del escritorDr. Goodfellow

TODAS LAS NUBES ARDEN

Actualizado: 23 abr 2019

Alicia Martínez; Antonio Más Todas las nubes arden Sevilla: Ediciones en Huida, 2017


A Alicia me unen dos cosas que podrían parecer casi contrarias, pero que contempladas más de cerca constituyen ámbitos íntimamente emparentados, según mi modo de ver: la palabra poética y el silencio. La conocía ya por un libro hermosísimo que hemos tenido la suerte de tener en castellano gracias a ella. La mediación de su impresionante traducción me posibilitó encontrarme con El bajísimo de Christian Bobin. Después, ambas descubrimos que nos unía el silencio. Escribir sobre un libro supone para mí asumir una responsabilidad grande. La poesía se lo merece. Ella, él, los poetas y las personas, también. No creo que vaya a ser capaz de expresar aquí, sin embargo, todo aquello que este libro abre, pero puedo utilizar sin problemas la palabra maravilla. Y digo maravilla en el sentido literal de la palabra, que el seco diccionario de la Real Academia define como “Suceso o cosa extraordinarios que causan admiración”. Y es que lo que se poetiza aquí, con la palabra y con la imagen, es precisamente el asombro ante la realidad. Que se desvela maravillosa cuando se aprende a ver. Y eso es lo que ha producido en mí cuando lo he contemplado, cuando lo he leído. Pero no un asombro ante una realidad grandilocuente. Lo que hallamos en él es el callado milagro de poder recuperar la mirada, de contemplar de verdad lo cotidiano, lo ordinario, lo pequeño. Y encontrar lo asombroso, lo extraordinario que hay ahí, como en todas las manifestaciones de la realidad que tenemos ante y dentro de nosotros.


En relación con ello, pienso que un buen libro siempre es un acontecimiento. Y uno de los acontecimientos más maravillosos que pueden sucedernos es que se produzca un encuentro. Pese a nuestras enmarañadas y confusas redes de contactos, pese a los adelantos y la rapidez que posibilitan los medios de comunicación, lo cierto es que los verdaderos no son tan usuales como podríamos pensar. Ni con las personas ni con el mundo. Todas las nubes arden lo es en muchos sentidos. En eso hemos coincidido Alicia y yo a la hora de describirlo. En él se aúna, por una parte, un encuentro venturoso: el de la palabra y la imagen. Como si fueran dos caras de una moneda maravillosa que, al tiempo, no pierden ni un ápice de una individualidad que se abre a su vez a múltiples potencialidades. No soy experta en imagen, pero el maridaje entre la poesía de Alicia y las prodigiosas imágenes de Antonio Más es increíble.


Por otra parte, el libro es un encuentro también para el lector. Ha sido así para mí en estas pacíficas tardes de lluvia cuando pensaba qué escribir. Porque en él palabra e imagen son como puertas que nos conducen a toparnos mansamente con verdades desnudas, esenciales, elocuentes en su rotundidad. Son como el sonido de un gong que va desapareciendo para posibilitar el acceso a ese silencio sagrado y poder así estar en disposición de palpar lo inefable y de buscar y hallar modos de expresarlo. Eso es, para mí, a lo que la verdadera palabra poética aspira. Fotos que son poemas que devuelven a nuestros ojos la mirada asombrada ante la maravilla de lo simple y de aquello que muchas veces pasa desapercibido. Poemas que vibran asomándose a ellas y se sostienen como notas dentro de un silencio gozoso. Fotos que son poemas, y poemas que, sin retórica innecesaria, cercanos ambos al espíritu del jaiku, pretenden aprehender lo presente y acercarnos al vacío en el que todo se manifiesta:


El silencio es un lenguaje,

sus palabras son aire,

montaña, una pared blanca,

morir.


Alicia no pretende epatarnos con noticias novedosas y efímeras. Lo que vibra en su palabra ha sido dicho una y otra vez por muchos poetas, por muchos místicos, por muchos maestros espirituales. Pero no por ello pierde ni un ápice de la frescura del descubrimiento individual. De la revelación. De la maravilla de lo recién desvelado. De lo que le es descubierto tras profunda meditación. Porque el yo poético, acariciante y a ratos melancólico, es personal y es auténtico y es concreto. Sabe del dolor, del amor y de la ausencia. También de la alegría. Y es, como digo, una voz a la vez universal que enuncia verdad. De hecho, esas conexiones a veces son explícitas y conforman un canto polifónico, no ya solo integrando su voz con la imagen, también acoplándose a las manifestadas en versos de otras voces como las de Juan Ramón Jiménez, (el título procede de un verso suyo), de María Zambrano, de Nietzsche, entre otros. Y como todos ellos sus poemas susurran verdades necesarias, pero enunciadas con la simplicidad de las grandes evidencias: la mirada humana que se sabe separada de la vida y que, por ello, interroga y busca y escribe sabiendo al tiempo que ese desasosiego es parte del periplo; la impermanencia de todo, la necesidad de amar el camino, la certeza de que todo es parte de todo, el vacío en el que todo se manifiesta, la alegría ante un mundo que revela su grandeza, ya lo dije, en las pequeñas cosas, en lo detalles, en lo aparentemente banal y carente de importancia. En el periplo de contemplación este yo poético se articula con un lenguaje desnudo, sin retórica innecesaria, esencial. Dejar entrever lo inefable es parte de su cometido y, por ello, como no podía ser de otra manera cuando se trata de intentar apuntar hacia esas regiones, hace uso con frecuencia de un lenguaje paradójico muy propio de la mística. Uno en el que los contrarios no se excluyen sino que expresan las polaridades en las que se manifiesta una realidad no-dual, única e indivisible: luz/sombra, vacío/formas, presencia/ausencias, reflejo/realidad son ejes que vertebran y articulan a menudo los poemas. "A veces la sombra es lo único/ que desvela la existencia", dice Alicia. Porque intentan aprehender lo sustancial, lo que subyace debajo de nuestro apabullante mundo de manifestaciones, el vacío, lo que el lenguaje humano no alcanza, pero a lo que aspira la palabra poética: “porque la vida grita en cada cosa su silencio”. Una realidad que además está incesantemente creándose, y que solo puede expresase a través de un lenguaje abierto que apunte, que descubra, pero que no aprese.


He aquí un libro esencial para estos tiempos de tanto ruido, de tanta zozobra, de sobreabundancia de imágenes, de tanta apabullante sobreinformación, de ceguera y deambulación a la deriva por los vericuetos de lo accesorio. Un libro que invita a adentrarse en ese gran silencio que subyace debajo de todo. Una invitación al despertar. Un canto a la vida:

Atrapado en la inconsciencia

¿Para cuando vivir?

¡Qué belleza en tus errores!

¡Qué atrevimiento!

Mira la trama ¿no te ríes?

¡Si para eso estás aquí!



Por Miriam Palma Ceballos

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