
Ningún otro autor ha plasmado la esencia de lo español como Azcona. Escondido tras los directores de cine que tuvieron la suerte de contar con él como guionista, retrató nuestro país y a su paisanaje partiendo de la España en blanco y negro de los 50, habitada por carpantas que soñaban con pollos asados, pasando por la búsqueda de un pisito durante el tímido desarrollismo de principios de los 60, por las cacerías organizadas para agasajar a los tecnócratas ministrables del tardofranquismo, hasta llegar a los primeros pasos de bebé medroso de esa Transición en la que los hasta anteayer camisas viejas y las chaquetas de pana hacían pareja de baile, no se sabe muy bien si cuidando la delicada salud de la recién estrenada democracia o la de sus futuros intereses financieros como asesores de nada una vez retirados de la política. Así es como inventó y dio forma a la comedia española. Una comedia coral, cargada de sarcasmo, en la que la marquesa compartía plano con el criado, el empresario con el obrero, y el mendigo hambriento con el cura zampabollos. Era el suyo un humor ácido, socarrón. Un humor de sonrisa torcida con el que fue capaz de dibujar de manera certera la naturaleza chusca de un país condenado por su beatería y su vocación de servidumbre. El escritor es cronista de su época. Por eso, todo aquel autor que escriba la crónica pasada, presente o futura de España desde el trampolín del humor es hijo de Azcona. Porque, no nos equivoquemos, guionista o novelista, él siempre hizo literatura. Casi siempre con el objetivo de ser filmada, pero literatura al fin y a la postre.
Viene esta introducción en forma de homenaje, o viceversa, a colación de la publicación de la nueva novela de Daniel Ruiz, El calentamiento global, en la que recupera el estilo narrativo y la esencia temática de su trabajo anterior, La gran ola, un relato coral (¿ven la sombra de Azcona?) sobre el coaching empresarial con el que obtuvo el Premio de Novela Tusquets en 2016. En este nuevo trabajo, retoma el mismo estilo coral. Y es que el novelista parece haber encontrado el hábitat narrativo más adecuado para hacer convivir e interactuar a personajes de distintos estratos económicos, y para llevar a cabo el retrato del nuevo mundo empresarial y sus componendas. Ese que nos condena a la economía de subsistencia mientras hace caja gracias a sus tejemanejes con el mundo de la política local, el nuevo concepto de periodismo, el desarrollo sostenible y un largo etcétera de términos vacíos que no sirven más que para esconder la realidad efímera y precaria que nos venden como progreso. De este modo, el autor sevillano puede introducir y mezclar en el mismo relato al alto cargo, al buscavidas “apuntalado” a la barra de un bar, la cantante fracasada, el aspirante a youtuber, la periodista en prácticas o el político amigo. Su ficticia Pico Paloma, esa localidad con ecos de costa onubense mezclado con el sabor del litoral gaditano más industrializado, es el entorno ideal para hacer convivir al turista con la fauna local, entregada en cuerpo y alma a la empresa que le da de comer al mismo tiempo que la destruye lentamente. Pueden cambiar los usos y los modos, la tecnología y las estrategias empresariales. Sin embargo, nuestra nueva sociedad devota del crecimiento constante, esa que nos condena a la precariedad moral y económica, en la que el que más y el que menos está dispuesto a vender su dignidad por un plato de lentejas, tampoco se resiste a la vieja fórmula de la comedia coral.
Por Manuel Valderrama Donaire
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