RÉQUIEM POR UN SUEÑO, de Hubert Selby Jr. Traducción de Martín Lendínez
Réquiem por un sueño (Sajalín, 2009) es una novela, lo diré sin rodeos: Brutal. Salvaje en las formas. Y en el fondo. Aunque no todo es oscuridad y temblores. También hay burbujas de ternura (pocas) y diría que, incluso, algo de ñoñería.
No había leído nada de Hubert Selby Jr. hasta la fecha y, sinceramente, celebro su prosa frenética, descarnada e hipnótica. Digamos la verdad: me ha conquistado.
Es cierto que ahora necesito, con más frecuencia que antes, dar lentos paseos junto al mar y mierdas por el estilo. No sé, cosas como hundir mi nariz en los jazmines, o pasar la mano sobre la hierba húmeda. Pero son secuelas sin importancia, supongo que para compensar un poco. Volveré a su autor más pronto que tarde. ¿Qué tal Última salida para Brooklyn? De acuerdo, en cuanto me quite esta pátina de alquitrán y fracaso.
Y es que este es un título –Réquiem por un sueño- que les sonará por su soberbia adaptación cinematográfica. ¿Quién no recuerda la película? ¿Quién no ha oído hablar de ella? ¿Aún queda alguien ahí fuera? Tal vez algún futbolista y un puñado de jubilados. Pero pocos. Muy pocos.
El resto recordará el mando de la tele y el pelo rojo que no era rojo y las señoras al sol y Brooklyn y Coney Island y a Jared Leto en posición fetal como si fuera un colega de Richard Ashcroft y la bella Connelly en posición fetal como un gusano retorciéndose. Y recordará al negro. Al negro, seguro.
Recordará lo incómodo que estuvo dentro de su propia piel durante aquella escena. Lo que se le descompuso el estómago. La ansiedad que le creó. Pues bien, la novela no decepciona. Al contrario. Leyéndola uno puede entender por qué Selby despertó en el joven Aronofsky, por aquel entonces aspirante a cineasta, la pasión por contar historias, dato que él mismo cuenta en el prólogo –epílogo- en la edición española. Y es que esta excelsa edición cuenta con un prólogo de Richard Price, otro más a cargo del propio autor, Selby Jr., y, finalmente, uno de Darren Aronofsky, que, como sus editores informan en la nota, se escribieron para la reedición americana de la novela. La que se publicó con motivo del estreno de la película en EE. UU., en el año 2000. Y la que dio esplendor tanto al libro como a su propio autor, por aquel entonces ya caído en el olvido.
Las sinopsis nunca cuentan nada cuando de buena literatura hablamos. Porque el cómo, en mi opinión, atropella al qué. Y el cómo, en esta novela lo es todo. La forma en la que su autor, una palabra tras otra, consigue sumergir al lector en un estado de ansiedad y vértigo muy similar al de sus personajes cuando tienen el mono tiene mérito. Y lo hace con una narración torrencial (a veces un tanto repetitiva y molesta, pero necesaria, creo yo, para conseguir el efecto deseado) en la que los diálogos pasan a formar parte de la misma lanza conformando un todo unitario que, sin ser complejo, sí saca a la palestra, con sabiduría, los sueños y miserias del ser humano.
¿Y qué hay del argumento, entonces? Bueno, aparentemente no es gran cosa: Podría resumirse como la historia de cuatro yonquis que creen no serlo, se ilusionan haciendo algunos planes con los que esperan sacudirse la sensación de fracaso y acaban regular. Pero a mí me ha parecido que habla de la adicción. De la soledad, del amor y el daño que hace el Gran Sueño Americano, también. Pero sobre todo de la destrucción que cualquier adicción provoca a su paso. Ya sea a la televisión o a las pastillas de adelgazar como Sara Golfarb. Al caballo como Harry, Marion y Tyrone C. Love. O al sexo como Tim el Grande.
Me gusta adjuntar algunos fragmentos representativos (aunque no los mejores) como prueba de vida. Ya digo, un ritmo tremendo que, salvando las distancias, me recuerda en algo a la misma música que encontré en lecturas como En el camino o Los subterráneos, de Kerouac, o Yonki, de Burroughs, o Azul casi transparente, de Ryu Murakami.
El señor Rabinowitz movió la cabeza al verles meter a empujones el aparato dentro de su tienda. Cuidado, la mesa también. Eh, vosotros, ¿qué queréis que haga? No puedo cargarlo a la espalda. Tienes un amigo. Podría ayudar, ¿no? Oye, macho, yo no soy el criado de nadie. Harry se rio entre dientes y movió la cabeza: Valiente judío. Así es más fácil llevarlo a casa. Ese es mi chico siempre pensando en su mamita. Hay que ver qué buen hijo. Un buitre. Ella te necesita tanto como un alce un colgador de sombreros. Venga Abe que tenemos prisa. Basta con que aflojes la pasta. Rápido, rápido.
*
La guarida de Tyrone no era mucho más que una habitación con un fregadero. Se sentaron en torno a la pequeña mesa, sus bártulos dentro de un vaso, el agua con un matiz rosado de la sangre, sus cabezas colgándoles flojas del cuello, los dedos apenas sujetando los cigarrillos. De vez en cuando un dedo exploraba un agujero de la nariz. Las voces llegaban bajas y débiles desde sus gargantas. Mieerda este jaco es de primera, pequeño. Digo que es di-na-mi-ta.
*
La música continuó deslizándose entre el humo y las risas y alcanzaba oídos y cabezas y cerebros y mentes y en cierto modo salía por el otro lado impasible e inalterada y todos se sentían bien, tío, quiero decir bien de verdad, como si acabaran de partirle la cara a alguien muy violento o alcanzado la cima del Everest, o estuvieran muy colocados o flotaran en el aire como pájaros, tío… sí… como si de repente soltaran amarras, como si de repente fueran libres… libres… libres.
LA PELÍCULA
Si me preguntaran qué películas me han impactado más en el momento de su visionado, sin duda, Réquiem por un sueño estaría entre las tres o cuatro primeras. Y no me refiero (aunque también) al increíble despliegue expresivo de su director y al profundo conocimiento del lenguaje cinematográfico del que hace gala, exprimiéndolo al máximo, sino a que me dejó un sabor amargo durante mucho tiempo. Mal cuerpo.
Recuerdo tal vez alguna cosa suelta que me afectase de un modo similar, como la secuencia de la violación en Irreversible, de Gaspar Noé, o la de La naranja mecánica, de Kubrick. Sin embargo, estas dos últimas películas han envejecido un poco peor, a mi entender, si bien todo lo que no sea poner la cámara a la altura de los ojos como en el cine clásico pasa de moda antes.
Es curioso porque la he vuelto a ver ahora, con veinte años más, y apenas me ha afectado. Supongo que a estas alturas tengo alguna noción más de lo cruda que puede llegar a ser la vida, pero en aquel momento empaticé mucho con los personajes y sus correspondientes destinos. Especialmente me pareció triste el de sus dos jóvenes protagonistas, Harry y Marion (Jared Leto y Jennifer Connely). Pero el de la viuda Sara Goldfarb (papel por la que estuvo nominada a un óscar la inspiradísima Ellen Burstyn), también.
Hay que mencionar que la adaptación cinematográfica es acertadísima, seguramente porque el tándem Aronofsky/Hubert Selby Jr., que firma también el guion, trabajó bien y ayudó a que no se desvirtuara la novela. Hay algunos cambios, por supuesto, como que la peli está estructurada en tres aristotélicos actos (verano, otoño e invierno) mientras que en la novela, no. O detalles menos importantes como que el sueño de Marion, y, por consiguiente el de Harry, es distinto en película y novela. Mientras que en la peli quieren montar una tienda de ropa porque Marion es diseñadora de moda, en la novela, lo que le gusta es pintar y pensar en los intensos azules y la brillante luz del Renacimiento italiano. De hecho, se meten a trapichear porque el gran sueño que persiguen es sacar dinero para montar un café teatro que pueda ser también una especie de galería de arte. Pero la adaptación es casi un calco de la novela.
Visualmente es muy poderosa. Uno de los recursos que más influyó fue ese montaje tan rápido de planos cortos, con efectos de sonido directo y varias elipsis entre ellos. Un recurso muy sensorial que otros directores como Guy Ritchie, más tarde, también explotarían. Una forma original y rápida, en su momento, de mostrar al espectador que los personajes se habían drogado. Pero, como digo, el despliegue fue tremendo para la época: Pantallas partidas, fundidos a blanco, cámaras lentas, cámaras rápidas, objetivos deformando mucho la imagen (grandes angulares), etcétera, y todo utilizado de forma muy inteligente para contarnos la paranoia y la evolución de los personajes. Y siempre dialogando con la novela. No sólo como propuesta estética, que es lo que sucede, en ocasiones, por ejemplo, con otro cineasta cuyo trabajo me interesa: Wong Kar-wai.
Y, para terminar, quiero destacar su memorable banda sonora, compuesta por Clint Mansell e interpretada por Kronos Quartet: Una auténtica barbaridad que tiene igual o mayor importancia que la imagen. Para escuchar al margen de la película. En bucle.
Algunas curiosidades:
- El actor que interpreta a Arnold, el vomitivo psicólogo de Marion, es Sean Gullete, actor fetiche de Aronofsky que ya protagonizara Pi.
- Hubert Selby Jr. hace un cameo interpretando al guardia que hace la vida imposible a Tyrone.C Love.
- Esta película consagró a Aronofsky como uno de los cineastas de culto más valiosos y radicales.
En fin, como ven, si me obligaran a elegir entre novela o película, no podría decidirme. En este caso, creo firmemente que ambas son sobresalientes.
Carlos Torrero
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