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INCENDIOS, de Richard Ford


INCENDIOS, de Richard Ford

Llegué a Richard Ford relativamente tarde. Pero llegué y, la verdad, no lo cambio.

No es que sea uno de esos seguidores ciego. No es eso. De hecho, no todo lo que he leído suyo hasta la fecha me ha gustado. Sin ir más lejos, su último libro de relatos publicado en España, Lamento lo ocurrido (Anagrama, 2019), no acabó de seducirme por completo. Pero le doy el lugar que, creo, se merece entre mis lecturas. Tiene mérito llegar a un lector que ha leído ya con interés a Hemingway, Fitzgerald, Carver, Fante, Cheever, Roth, Bukowski, Yates, O'Connor, Faulkner, Highsmith, Dos Passos, McCullers, Steinbeck, Miller, Capote, Salinger, Kerouac, Burroughs, Shepard, McCarthy, Wolf, Foster Wallace y otros tantos, sólo por mencionar algunos de los narradores más destacados de su país, y, aun así, conseguir gustar lo suficiente como para hacerse con un espacio importante en su corazón. Y, en efecto, así es. Richard Ford, premio Princesa de Asturias de las Letras 2016, me parece uno de los mejores. Incendios, su cuarta novela, Wildlife en la edición original, es un libro que reúne todas las virtudes que uno puede encontrar en su prosa: claridad, oficio, profundidad, elegancia y sutileza.



Incendios (Anagrama, 1991) es un drama íntimo ambientado en Great Falls, Montana, durante los años sesenta, en el que Joe, un muchacho un tanto introvertido de 16 años, es testigo de cómo el matrimonio de sus padres (Jeanette y Jerry, ella, inquieta ama de casa y él, exjugador profesional de golf) se derrumba en una cadena de acciones tan sencilla como terrible. En tiempo récord:


1. El padre pierde su trabajo como instructor de golf en clubes privados.

2. La madre presiona y toma la iniciativa de buscar trabajo.

3. El padre, sumido en un profundo extrañamiento, se alista en las brigadas que marchan a los bosques a combatir el fuego.

4. La madre se enamora de otro hombre, Warren Miller.

5. El padre sólo está ausente tres días, pero parecen durar una eternidad y cambian para siempre la vida de Joe.


Nada de lo que en este esqueleto revelo es importante para disfrutar de su lectura pues la trama y el suspense no son dos ejes especialmente relevantes. De hecho, la novela empieza así:


En el otoño de 1960, cuando yo tenía dieciséis años y mi padre llevaba sin trabajo algún tiempo, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Miller y se enamoró de él.


En cambio, sí me parece relevante la belleza de las descripciones (tan precisas e hipnóticas), la sabiduría con la que Ford dibuja los detalles que definen a los personajes y el tono tan fluido y natural del narrador. Algo habitual en él, desde luego, sólo que aquí con más acierto. Una sencillez al alcance de muy pocos.


Siempre me ha parecido que Ford tiene un sentido del ritmo maravilloso, especialmente a la hora de mezclar narración y diálogo. Lo hace fluir de un modo tan suave y orgánico que consigue que percibas su compañía como una experiencia realmente agradable, incluso a pesar de la gravedad de los temas que expone. A pesar de la crueldad y dolor que uno experimenta a través de sus historias y que pronto reconoce como algo propio: el oficio de vivir.


Con demasiada frecuencia, detecto exceso de diálogo en muchas novelas, o escasez, o llega tarde, o de forma precipitada. Con Ford siempre tengo una sensación de equilibrio (en mente y oído) muy placentera.


-Hemos perdido el control de las cosas aquí arriba -dijo mi padre, tratando de hacerse oír sobre los ruidos de la línea-. Lo único que podemos hacer es ver cómo el fuego lo quema todo. Nada más. Y te deja exhausto. Tengo entumecido todo el cuerpo.

-¿Vuelves a casa? -le pregunté.

-He visto cómo se abrasaba un oso, Joe -dijo mi padre, aún en voz muy alta-. Te habría parecido increíble. El fuego lo envolvió en cuestión de unos segundos. Un oso subido a una picea. Se tiró al suelo chillando. Como una bola de fuego.

Yo quería preguntarle sobre las cosas que había visto, y sobre las cosas que le habían pasado a él o a otra gente. Quería preguntarle si era muy peligroso lo que hacían. Pero tenía miedo de decir algo inconveniente así que lo único que dije fue: “¿Cómo te sientes?” Una pregunta que jamás le había hecho antes. Una pregunta que no encajaba en absoluto en el modo que teníamos de hablarnos.


Si tuviera que ponerle algún pero, quizá, sería al tratamiento del tiempo, pues parece un poco forzado que en apenas tres días, que son por los que discurre la historia que se nos relata, se desencadenen tal cantidad de acciones y sentimientos. Aunque uno puede intuir con facilidad que la cosa viene de antes y que la percepción del tiempo es muy relativa siempre en la vida. Más cuando se trata de un recuerdo, como en este caso.

Una novela, en muchos sentidos, redonda, que refleja con maestría las amenazas, miserias y anhelos de un matrimonio que persigue el sueño americano (juntos y por separado) bajo la inquieta mirada de su hijo. Todo en menos de 190 páginas.


LA PELÍCULA


Akira Kurosawa decía: “Con un buen guion puedes hacer una película buena o una película mala. Con un mal guion sólo tendrás películas malas”.

Todos sabemos, por desgracia, lo frecuente que es hacer una mala película de una novela magnífica. Y, ya lo avanzo, no es el caso. Al revés: Wildlife es una película excelente. Y lo más importante: respeta la esencia de la novela de Ford y no se sale del guion. Un guion adaptado con inteligencia pues, si bien la novela está escrita por escenas bien delimitadas, lo que podemos presumir facilitó su adaptación, también es cierto que eran muchos los riesgos. Y más teniendo en cuenta que se trata de una ópera prima, firmada por, hasta ahora, dos jóvenes más conocidos por su trabajo delante de la cámara, Paul Dano y Zoe Kazan (nieta del mítico cineasta Elia Kazan).



Uno de los mayores aciertos, entiendo yo, a la hora de la adaptación cinematográfica de la novela es no haber recurrido a la voz en off del joven Joe lo que, en principio, si partes de una novela como la escrita por Ford, pudiera antojarse goloso. En su lugar, los personajes y las situaciones hablan por sí mismas sin ayuda de ningún narrador literario. Y es que son dos lenguajes totalmente diferentes. Si me preguntaran, diría que la experiencia de leer la novela es más completa y rica pues las aristas de la palabra escrita llegan a rincones que no llega la naturaleza más contemplativa y explícita de una cámara. Pero, con todo, la película recoge con un gusto exquisito las virtudes de la historia escrita por Ford.


Wildlife (Vida salvaje) es una película independiente pero no con el presupuesto que podríamos imaginar para una película independiente española. De hecho, es una historia, como ya he mencionado, ambientada en los años sesenta, y el despliegue de vestuario, atrezo, efectos especiales (en los incendios), etcétera, es importante. Discreto pero maravilloso. Muy acorde con el tono general de la película. Sin fuegos artificiales pero siempre al servicio de un relato muy bien concebido. Sólo como detalle: seis meses fueron los que estuvieron trabajando en el casting para cerrar un reparto cuyas interpretaciones tendrían un peso mayor de lo habitual debido a la naturaleza del drama íntimo. Protagonizada por Jake Gyllenhaal y una inspiradísima Carey Mulligan, Ed Oxenbould y Zoe Margaret Colletti, la película brilla y conmueve en su aparente sencillez.


Cometí el error de ver la película antes de leer la novela. Y cuando hago eso, el rostro de los actores se me cuela entre los renglones. El único que no me acaba de convencer es el del joven actor Ed Oxenbould, que aunque hace un buen trabajo como “aprendiz de vida” resulta tal vez demasiado lánguido para como uno se imagina a Joe cuando lee la novela.


Por último, quisiera destacar algunas diferencias entre película y novela que he apreciado:

- En la película, la mayoría de los diálogos son casi idénticos a los de la novela. Más cortos, eso sí, como es natural, y a veces más largos, pero muy fieles a los bien ideados por Ford. Especial mención para los que se producen entre la madre y el hijo, Joe. Una extraña y tierna delicia.

- En la película Joe tiene 14 años y en la novela 16.

- En la película, los fueras de campo son importantes. En la novela, las elipsis.

- En la película, hay algunas cosas que suceden de otro modo, como cuando el padre pierde el trabajo que parece ser es un tema de apuestas y no de supuesto robo, como en la novela. O como el momento en el que Joe arregla la cisterna del baño en ausencia de su padre. O como cuando descubre al amante de su madre. O, especialmente, en la parte final, donde hay varias licencias cinematográficas como ese plano secuencia en el que el chico corre hasta quedarse sin aliento como si quisiera escapar de su vida, que por supuesto no aparece en la novela. Y es que hay pocas cosas más agradecidas visualmente en pantalla que un plano secuencia así.

- En la película, aparecen pequeñas subtramas, como la del estudio fotográfico en la que encuentra trabajo el chico o la relación con la compañera de instituto, que en la novela se mencionan de pasada.

- En la película, el pulso de Ford en las descripciones se sustituye por una fotografía de colores muy lavados y encuadres hopperianos que acentúan la soledad y la belleza. La delicada banda sonora es obra del gran compositor David Lang, presente también en la música de películas como La gran belleza, La juventud o Réquiem por un sueño.


Diferencias que hablan de un cineasta prometedor (Dano) que sabe bien cuándo debe hacerse invisible y cuándo atreverse con una mirada propia capaz de enriquecer al maestro (Ford).

Verdaderamente recomendables. Novela y película.

Carlos Torrero

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