Fui siguiendo las huellas de una bestia en la nieve.
Luego, al tornar, vi mi propio rastro.
Ko Un
No tenemos pruebas de la existencia de dios. Tampoco de lo contrario. Eso es verdad. Pero qué es verdad y qué no. Qué es ficción. ¿Alguien se atreve a embridar ese caballo? Verdad es que mis abuelos están muertos. Los cuatro. Verdad es que tengo una suegra a la que le quedan los rulos como a nadie y una hija de ojos azules llamada Paola. Verdad es que ahora, mientras escribo estas líneas, hay más de un adolescente masturbándose. Verdad es que, de haber algún alienígena viviendo entre nosotros, probablemente, no se parezca al simpático E.T y ya haya pasado por First Dates.
Verdad es que convivimos con monstruos y toda clase de bestias que parecen amenazar el presente y futuro de nuestro planeta. Nuestra convivencia. Y no hablo de yihadistas ni del hombre elefante ni la mujer barbuda. No hablo de LeBron James o Messi. No de Jack Torrence, Frankenstein ni La cosa del Pantano. Hablo de otros monstruos como el plástico, los violadores, el aceite de palma. Monstruos como el turismo desmedido, Trump, el reguetón y todo eso. ¿Seguro que no tenemos nuestra cuota de responsabilidad? Pero qué es ficción. Dices mientras devoras capítulos de GOT. ¿Y tú me lo preguntas? El Diccionario de la Real Academia Española eres tú:
(Del lat. fictĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de fingir.
2. f. Invención, cosa fingida.
3. f. Clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios. Obra, libro de ficción.
De acuerdo. Pero cómo distinguir entre tanta mentira. Cómo saber cuándo un monstruo es real y cuándo producto de nuestra imaginación. Por otra parte, qué invento es ese de la novela de no ficción. ¿Acaso puede existir tal cosa? Sí, ya, Capote. Sí, ya, Emmanuelle Carrère. Sí, ya sé. ¿Pero no es escribir sobre los recuerdos perseguir un fantasma? ¿No es eso la escritura? ¿La literatura? ¿Perseguir un fantasma? Últimamente creo que lo único que escapa a la ficción son las etiquetas de champú. Y ni siquiera eso. Me consta que los fabricantes siempre cuelan algo de fantasía.
Entonces, ¿cómo saber si nos están manipulando? ¿Es importante saberlo? ¿Cambiaría algo eso? Antes teníamos el periodismo y sus cinco uves dobles. Pero, ¿y ahora? En ese sentido, el otro día tuve una conversación reveladora con un antiguo compañero de la facultad, gran estudiante, y ahora Doctor. Hacía muchos años que no compartíamos mesa y quedamos en Getafe, cerca de su casa, con la excusa de hablar sobre la publicación de mi último- y en muchos sentidos, primer- libro. La conversación rápidamente giró hacia las miserias del sector que tanto nos ocupó -y preocupó- durante años. Ambos coincidimos en que eran malos tiempos para la libertad de prensa y, contra todo pronóstico, percibíamos como necesario alejarnos del ruido de los medios de comunicación más convencionales, si queríamos evitar contaminarnos:
Yo ya no veo casi tele. Yo tampoco. Ni leo los periódicos. Yo tampoco. No te lo digo en plan postureo. Ya, ya. Te lo digo de verdad. Cada vez aprecio más el silencio. Y yo, se nota que tenemos hijos. Lo digo en serio; es la única manera de que no te manipulen. ¿Los hijos? No. Los Medios. Cuanto más expuesto estás, más te comen la cabeza. Bueno, bueno, si te dejas. Lo hacen, lo hacemos, de todos modos. Es obsceno comprobar cómo el mismo hecho lo contamos de forma diferente, unos y otros, según los intereses de cada cual. Eso sí. Un asco. Por no mencionar la precariedad del sector. Las condiciones, las prisas. La mediocridad de los políticos. Sí, mejor no hablar. El mercado tiende a expulsar a los profesionales con experiencia. Es triste pero es así. No la valora. Ni la paga. La comunicación se está quedando en manos de becarios que viven con sus padres. Y lo mismo sucede, en general, en otros muchos campos de la cultura. ¿Has leído El entusiasmo de Remedios Zafra? Sí. Bueno, no ¿Sí o no? Sé que fue premio Anagrama de ensayo hace un par de años. ¿Sí, pero lo has leído? No. Dicen que no es muy optimista. Pues no. Pero es la pura verdad. Escúchame. La verdad es que a nadie ya le interesa la verdad. Solo entretenernos. Uff. ¿Eso les dices a tus hijas? No. Qué quiere estudiar la mayor. Periodismo. Uff. Lo hace para joderme. Tal vez no se trate de eso. Tal vez quiera cambiar el mundo. Como en su momento lo quisimos hacer nosotros. No. No seas ingenuo.
La vida es otra cosa. Sí, una ficción dentro de otra ficción. Y necesitamos grandes dosis (cada vez mayores y más concentradas dosis) de ficción para poder tolerar la prosa de los días. Según artículo publicado en La vanguardia el 16 de febrero de 2019, el consumo de series de televisión ha experimentado un cambio con la llegada de las nuevas plataformas, que permiten consumir todos los episodios seguidos. Ello ha provocado un nuevo patrón de consumo y el aumento de quienes se dan atracones de su serie favorita. Según Netflix, 8,4 millones de personas en todo el mundo devoran una serie el día de su estreno de un solo golpe, una cifra que se ha multiplicado por veinte entre 2013 y 2016. Cuántas parejas rotas, eh. Cuántos atracones. Y no menos vómitos, ¿verdad? Pero no es responsabilidad nuestra. Es de los otros. Los monstruos siempre son los demás.
Es importante el relato que nos contamos a nosotros mismos, dicen los coaches motivacionales. Y tanto. Una forma de sobrevivir como otra cualquiera. Otra mentira. El running, la meditación y el yoga ayudan pero necesitamos más. Necesitamos grandes sueños, grandes ficciones. Es por eso que el fútbol. Y es por eso que el porno.
Verdad es que una vez tuve un pequeño velero con el que surqué, a capricho, la bahía de Pollensa. Verdad es que para mí la literatura es el último, -tal vez el primer- refugio de libertad, belleza y pensamiento. La mejor manera de profundizar en la mentira humana con otra mentira. Verdad es que la última vez que viajé a Mallorca para ver a mi editor, a mi lado, llevaba una mujer bastante atractiva que me resultó una bestia. Gafas Marc Jacobs, piel tostada, dientes blancos, mechas, blusa fina, pantalones de cuero verde botella, botines de ante verde botella, y reloj Gucci, of cors. A su lado, el marido engominado, con pulseras de España y aires de piloto. A su lado, los tres hijos: chico, chica, chico, de diferentes edades y vestidos como los recogepelotas del Roland Garros. Yo los miraba de reojo y se me antojaba la familia Monster. La tripulación los saludaba efusivamente y les ofrecía un trato descaradamente mejor que al resto. Menudo país, éste. De vez en cuando, ella hacía zum con sus deditos sobre la pantalla de la Tablet. No os miento, si os digo que hizo zum sobre el reloj que llevaba Verdasco, que nos presentaba su bebé, al parecer. No os miento, si os digo que hizo zum sobre los zapatos de la Reina Leticia. No os miento, si os digo que una vez miré y ponía Las mejores gafas de sol para caras redondas. Y no os miento cuando os digo que, a pesar de mis aspavientos, jamás reparó sobre el libro que yo tenía entre las manos. El gran sueño del paraíso, de mi admirado Sam Shepard. Miré por la ventanilla y unas nubes deshilachadas parecían querer decirme algo. No conseguí descifrar qué.
Por Carlos Torrero
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