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  • Foto del escritorDr. Goodfellow

Entre el cielo y el cieno

Actualizado: 13 jun 2019


Entre el cielo y el cieno

María Dolores Almeyda

Prólogo de Andrés Ortiz Tafur

Sevilla: El mito de publicar 2019.


Te he sobrevivido lo suficiente como para recordarte desde lejos. Estos versos de Szymborska abren paso al poemario de Lola Almeyda, Entre el cielo y el cieno. Hay un aquí desde el que una voz se adentra en caminos que se dirigen hacia ese lejos; aquí también es una posición de extrañamiento, más que de asombro, hacia el mundo: Aunque me lo explicaran de pequeña /no he podido entender por qué suceden los milagros /y tampoco entendí cómo se originan las tragedias. A veces sueña con recobrar ese asombro de los ojos de una niña, que tuvo que ser antes una mujer, de volver a ese tiempo en el que hubo una vez/ un hombre que convertía una pared en un milagro. O, acaso, inventarlo, un estado de feliz inconsciencia e ignorancia. Pero la voz enuncia desde una posición de sobria, irónica y rotunda sabiduría, no pocas veces con un ligero toque amargo, eso a lo que a veces sabe la lucidez. Desde ese aquí el deseo de pureza se sabe de antemano imposible de recuperar. Hay también versos en los que se juega a desconocer las flores que crecen en las tumbas; no saber cómo funciona el mundo; echar en falta el mar que no tuvimos; los besos que no le dimos nunca/las edades que no hemos conocido… ¿Cómos hubieran sido la lejanía o los aquís si lo vivido hubiera podido de otra manera?


El paso del tiempo y sus pérdidas, la conciencia de la finitud han ido modulando las frecuencias del desengaño, en su acepción más neutra. El desvelamiento que duele a la que soñó y vivió ya las épocas de los cumplimientos, de los incumplimientos: a veces me parece que nunca miro nada/pero llevo en los ojos socavones de mirar lo profundo.


Hiladas con un sentido del ritmo magistral, dictado por los procesos libérrimos de la rememoración, se engarzan imágenes poderosas. Conectan con el pulso de la nostalgia y de la pérdida, nos cuentan de olvido, fracaso, resistencia. De voluntad de seguir. Y de la rotunda e innegociable posición de las rotondas propias. Del inexorable ejercicio de escribir, que es respirar que es morder que es imprimir a la lluvia la lírica y mojarse entera de palabras.

Escribir como si fuese el acto de amar tardíamente

sosteniendo el puñal entre los labios

y acunando en las manos

la luz de todos los septiembres que han de salirte al paso

todavía.

De la escritura.

El mundo al parecer está parado

en el ángulo mortal de un trapecio que cuelga

peligrosamente

del vacío

y yo escribo un poema como si toda mi vida dependiese de ello.


Haber venido a un mundo humano injusto y cruel también duele e inquieta: Qué pasará después de que la lluvia arrastre el barro/y en las tanquetas no queden municiones; Cuando a los niños/ se les haya borrado la sonrisa en la boca del miedo. Ciertos grupos de personas tienen el futuro escrito. Eso es parte integrante de su despertar al mundo, el humano, desde unos quince años bravos y rebeldes. En él, en ese lejos, muchos sobrevivían como presos del penal/ (…) acomodados a la tarima del camión como ganado. Desde su propia condición de mujer también se supo parte de esa parte del mundo: Yo tengo privilegios, soy hembra/es decir, soy mujer, no necesito estudio. Lejos de ser pretérito, el mundo ha cambiado en este sentido muy poco. Aquí, ahora, sigue habiendo destinos que parecen haber sido escritos de antemano: La realidad es así todavía. Hay mujeres asesinadas por el hombre que dividía su vida en arañazos, seguimos dictaminando desde los centros de la opulencia los futuros y la suerte de algunos seres humanos que llegan extenuados a las puertas del sur para encontrarse alambradas.

Hacia el mundo, hacia los parajes de su Sotiel —de las dimensiones casi de un espacio mítico—, se guarda casi siempre una postura ambivalente. En ellos hay noche y luminarias que desaparecen para dar paso a astros que la ciegan, locuras de soledades, amores de juventudes, quimeras verdes. La dualidad vertebra el enunciado poético casi constantemente. Cielo y cieno, vuelo y caída, mediodías luminosas y noches oscuras recorridas por perseidas, calor tórrido y frío que llega ajeno a los mercurios y a las estaciones. La voz danza entre el pasado y el presente, asciende y desciende, está en movimiento o se aplaca en inercia mortecina. Desesperanza y tallos verdes emergiendo entre sus fisuras. Porque también busca en los intersticios, en los espacios intermedios, donde hallar quizá, entre cielo y el cielo, entre perdón y olvido, ese “sedimento que pernocta como un bello durmiente entre las sombras. Aunque, a la postre, también a la descripción de esos ámbitos, acude la ironía. Estamos, al final, también nosotros: Los mendigos del amor./Los cursis. Los poetas.


Pocas son las veces en las que esa voz que tan frecuentemente se disocia, se deja remansar. Sucede entonces que hay un como hacerse una con el paisaje. La mirada reposa, se aquieta. Percibe el acontecer imperturbable y ajeno a los dramas humanos:

Del pensamiento de la tierra nació el río.

Una pequeña grieta que le duele a la sima

mana y se hace fuente

sin distraer ni un parpadeo su mirada

de la gruta sombría que la oculta del mundo.

Ahí, a veces, casi hay una reconciliación con lo que sabe y lo que perdió: a veces las flores que no quedan en su jardín particular le entregan la belleza entera de la flor/ el aroma de todo lo que perdí con las mudanzas. Entonces la voz poética parece entender de verdad, o mejor quizá, no tiene la necesidad de entender porque parece hermanarse con el medio: Hoy he rescatado la luz y me cegué los ojos de hermosura. Pero las más de las veces, la naturaleza deja de ser objeto y adquiere tintes simbólicos, para, en ese hermanamiento, seguir espejeando lo humano.

A corazón abierto llora la noche

como caballo desbocado en la boca del trueno

con un lamento largo, como un galope .

que parte en dos el cielo con un relámpago

de fuego que no nos deja daño ni fractura.


Por lo demás, Lola sabe sacar poesía de la antiopoesía, del prosaico acto de asar sardinas y comérselas pringándose los dedos y sabe mucho del amor que ocultan las espinas.


Todo esto apenas cuenta nada. Mucho más, y más profundo y más lejos, es lo que se encuentra un lector adentrándose en el universo lírico de Entre el cielo y el cieno.

Jugando con el verso de Szymbosrka con el que se abre y se cierra este ciclo que circula entre el cielo y el cieno, la voz ha sobrevivido para seguir hallando el aquí poético desde el que adentrarse en la lejanía de ese (casi) mítico Sotiel.



Miriam Palma

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