El mito de Sísifo en cuadernavía (I), de Patrick O’Mero
Barquilla que varada se mantiene a la espera,
extendidos los remos en su hinchada madera.
Hay una sombra errante. Se diría que durmiera.
Solo aparta los ojos de la oscura ribera.
Debajo de la lengua lleva guardado el pago.
Bien sabe que a Caronte no le basta el halago.
Aqueronte recibe, calmado como un lago,
en su dulce remanso al pasajero aciago.
Hay quien espera un siglo para cruzar el río.
Hoy el barquero boga con más prisa que brío.
Teme de este viajero un nuevo desafío.
Los dioses lo condenan por haber sido impío.
Dicen que con grilletes tuvo presa a la Muerte.
Que, una vez capturado, volvió a burlar su suerte.
Hades ya no permite que nadie lo liberte.
Y empuja eternamente una gran roca inerte.
Más Sísifo por cuadernavía (y II), de Eva Nescente
Y empuja eternamente una gran roca inerte
que no alcanza la cima y de nuevo se vierte
por la ladera abajo, por mucho que su fuerte
e inútil brazo real de su sueño despierte.
Así se siente el hombre en su usado trabajo
de aspirar hacia el todo y no hallar ni un ca…
Vacío, absurdo, estéril como un escupitajo,
mirando a las alturas, pero viviendo abajo;
dejándose las manos sin recompensa alguna
desde la amanecida hasta salir la Luna,
sin conocer la amable caricia de Fortuna,
que mira hacia otro lado fugaz, inoportuna.
Mas quizás nada os debo, que escribiría Machado,
diríase, mejor, que mucho os he otorgado:
el comercio, las naves… Y Corinto he fundado.
No entiendo que los dioses me hayan así golpeado.
Goberné con ingenio, me moví con astucia
(engañé a mi vecino con alguna otra argucia).
Todo eso lo creo una pobre minucia
para que solo aireen mi faceta más sucia.
Empero no quisiera, ¡oh, dioses!, enojaros,
que mis varios desmanes ya me salieron caros.
Prometo, en adelante, obedecer y amaros
(o al menos mis errores con afán ocultaros).
Así, seré discreto y seguiré este burdo
acarreo de rocas: ya no más os aturdo.
Quizás algún francés más triste que palurdo
se acuerde de mi nombre para hablar del Absurdo.
Versos alejandrinos para una cuarentena (y III), de PhilomenaDuvoltier
Se acuerde de mi nombre para hablar del absurdo,
de esta vida varada, de este latido zurdo,
a contratiempo, seco, que nos arrastra burdo
hacia el lago dragón que en mis sueños aturdo.
Con versos sin talento, con estrofas medidas,
paso el tiempo pasando, horas y horas perdidas.
Y así el vivir desnudo, existencias rendidas,
como una caravana entre dunas dormidas.
Vamos contracorriente por agitado río,
deshecha la coraza contra este desvarío
de las piedras y el agua, del ciego y fútil brío;
crecerá sin nosotros la maleza en lo umbrío.
Octava real fuera del tiempo (I), de Klaus Troerege
Crecerá sin nosotros la maleza
en lo umbrío del reloj congelado
de este tiempo sin tiempo que tropieza
con el cerril avance desmañado
de un minutero errado en su certeza,
de un almanaque en vano deshojado.
Son días de ruido mudo y de vacío.
Días de nada en pijama. Días de hastío.
Octavas (y II), de Eva Nescente
Días de nada en pijama. Días de hastío,
días de tedio y desgana e indolencia
que intento domeñar en favor mío
por no desbaratarme la existencia.
¿Que siento en las entrañas un vacío,
que me lanza sus dardos la impaciencia?
Cuento hasta diez, medito, callo, sueño,
intento sonreír, desfrunzo el ceño.
¿Que de cualquier noticia desconfío,
que lloro sin motivo y con frecuencia,
que noto el corazón hueco y sombrío,
que un término enojoso me silencia?
«Baste por hoy tamaño desvarío»,
me digo mientras busco en esta ausencia
algún minuto frágil y halagüeño,
un atisbo de luz en lo pequeño.
Octava real (y III), PhilomenaDuvoltier
Un atisbo de luz en lo pequeño,
la certeza de la muerte en lo oscuro,
la belleza del pájaro sin dueño,
encontrarte en la pasión que procuro.
Se desvaneció, mi amor, el gran sueño
de la codicia y del trabajo duro.
Pasajeros al tren, es el momento:
Vivir es el único mandamiento.
Letrilla (I), de Francisco de VarrOco
Qué más da si estás en casa,
en la calle o en los bares.
No recuentes tus pesares,
que la ganancia es escasa
y la vida se te pasa.
Nada bueno trae el lamento.
Vivir es el mandamiento
disfrutando del momento.
Si piensas en el mañana
y se te encoge el ombligo,
que no se te importe un higo.
Tú come de buena gana,
bebe y fuma marihuana.
Ponte a reír de contento.
Vivir es el mandamiento
disfrutando del momento.
Cuando vayas a dormir,
busca buena compañía.
Y si está en la lejanía,
tampoco hay que hacer un drama.
Siempre puedes recurrir
a eso que no he de decir
y darte tú el tratamiento.
Vivir es el mandamiento
disfrutando del momento.
Letrilla (y II), Eva Nescente
Disfrutando del momento
como solo el niño sabe;
que en cada minuto cabe
duda, risa y sufrimiento.
Por eso hoy, cuando siento
que la vida son dos días,
gasto mi fe y energías
en compartir alegrías.
Canto, leo, juego, sueño,
charlo, bebo, escribo, callo,
no sucumbo ni desmayo,
disfruto de lo pequeño
y mi futuro pergeño
como jamás creerías.
Gasto mi fe y energías
en compartir alegrías.
Como poco, duermo menos,
busco recuerdos bonitos,
reviso mil manuscritos,
abro la caja de truenos
y enseguida siento llenos
mis ojos de fantasías.
Gasto mi fe y energías
en compartir alegrías.
Pues, si lo nuestro es pasar,
mientras todo pasa y llega,
mientras del alfa al omega
se devana el caminar,
en lugar de mal llorar,
frente a jornadas sombrías,
gasto mi fe y energías
en compartir alegrías.
Letrillas (y III), PhilomenaDuvoltier
En compartir alegrías
es experto y campeón
el gran Fernando Simón.
Médico sin tonterías,
galeno por bulerías
de cuyo saber no dudo.
Subiendo al pico picudo
no lo ves más cojonudo.
El virus tiene corona,
pero no tiene un cetro.
Ay, si lo ves: vade retro,
que ese satán te enchirona
Es infernal, acojona,
te deja sombrío y mudo.
Subiendo al pico picudo
no lo ves más cojonudo.
Cuando esto por fin termine
me he de comprar un sombrero,
más chico que el de un torero,
para que usted alucine.
Volará alto en mi velero,
volará alto, desnudo.
Subiendo al pico picudo
no lo ves más cojonudo
Romance de Superman (I), de Sara Tustra
No lo ves más cojonudo
por más que quieras buscarlo.
Con botas de media caña
y leotardos ajustados,
los calzoncillos por fuera
y el cinturón relumbrando.
Su camiseta de licra
le marca el torso bien ancho,
sobre el que cabe una ese
más grande que un avellano.
Las mangas a reventar
por los bíceps musculados.
Se ajusta la capa atrás
para volar sin cuidado.
Un rizo sobre la frente,
muy a lo Estrellita Castro,
y el pelo negro y brillante,
siempre bien engominado.
No sale el Día del Orgullo,
pese al uniforme raro.
Él se dedica a zurrarle
la badana a los villanos.
Este chico extraterrestre
es un héroe americano.
Romance-adivinanza (y II), de Eva Nescente
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Es un héroe americano,
criollo inconforme y poeta,
que para Cuba quería
su forzosa independencia.
Sufrió cárcel, sufrió exilio
por las españolas tierras;
pero, puestos los oídos
en las caribeñas quejas,
¿no ha de volver a su isla
con las manos bien dispuestas?
Es un héroe americano,
lo sé, pero yo quisiera
recordarlo, sobre todo,
por aquella suave fiesta
a su príncipe Ismaelillo,
con el que despierto sueña,
con el que juega en sus versos
sencillos, libres, que dejan
sabor de padre en las manos,
besos en blancas guedejas,
la mirada de unos ojos
como dos estrellas negras.
Es un héroe americano
(y bien está que lo sea)
que en la noche oscura vio
«llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza».
Romance de don Fulano (y III), de PhilomenaDuvoltier
En la divina belleza
de una mañana de abril
va a caballo Don Fulano
hacia el registro civil.
Don Fulano es caballero
de la orden del perejil
y en el sombrerito luce
ramita verde verdín.
Sin bajarse del equino
le dice al flaco alguacil:
quiero un nombre, señoría,
que llamarse Don Fulano
es indigno para mí.
El alguacil entintado,
con plumilla de escribir
le señala la salida:
¡Saque el caballo de aquí!
Un respeto, Don Fulano,
o llamo a la Guardia Viril.
Obedeció Don Fulano,
dejó el jaco en un jardín
y volvió por otro nombre
más sonoro, más gentil.
Rasca rasca la cabeza,
rasca rasca la nariz
Así encontró Don Fulano
al chupatintas feliz.
Dígame usted, señoría
no sea malo malandrín,
deme un nombre rebonito
que yo luzca por ahí.
El alguacil sonrió.
Acérquese, fulanín,
deme esa ramita verde
que adorna su perfil.
Tres nombres le doy que escoja,
tres nombres para elegir.
Los tres le dijo a la oreja,
ni uno solo pude oír.
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