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  • Foto del escritorDr. Goodfellow

El nadador (o cómo sobrevivir en las calles líquidas), de Carlos Torrero.





INTRODUCCIÓN


John Cheever fue uno de los mejores escritores norteamericanos del siglo xx. Murió de cáncer de riñón, atormentado por el alcoholismo y la depresión. Enfermedades que sufrió durante largos períodos de su vida por no saber navegar en ella como realmente hubiera deseado, algo que vino a confesar, de algún modo, en sus diarios. Sin embargo, su obra está considerada una de las más personales e influyentes de la narrativa contemporánea. En su literatura, Cheever dinamita el concepto de sueño americano y se convierte en uno de los mejores cronistas de la clase media estadounidense de los años cincuenta, al retratar con especial sensibilidad los siempre difíciles dilemas morales familiares y, por supuesto, el decadente estilo de vida en las zonas residenciales americanas. Junto a Raymond Carver, J. D. Salinger, Francis Scott Fitzgerald y Antón Chéjov, podríamos estar hablando de los mejores escritores de cuentos de la literatura universal. Si de escritoras lo hiciésemos, mencionaríamos con certeza a Flannery OConnor, Katherine Mansfield, Alice Munro o Carson McCullers.


Uno de sus relatos cortos más célebres, The Swimmer, El nadador en español, publicado por primera vez el 19 de julio de 1964 en la prestigiosa revista The New Yorker y del que más tarde, en 1968, se realizó una adaptación cinematográfica dirigida por Sydney Pollack e interpretada por Burt Lancaster, cuenta la historia de un publicista en horas bajas que, tras una fiesta, una cálida mañana, a mitad del verano, decide volver a su casa nadando, atravesando las propiedades y las piscinas de todos sus vecinos. Como en toda narración corta que se precie, nada es lo que parece, y las corrientes profundas que no se aprecian en un primer golpe de vista son igual de importantes (o más) que aquello que no se cuenta o se muestra en la superficie. Porque, en el fondo, ¿de qué está hablando Cheever en ese cuento? Pues de un tema casi tan viejo como la muerte e igual de vigente; esto es: la búsqueda de la felicidad intrínseca al ser humano.


En el relato, el protagonista, Neddy Merril, empieza su viaje motivado por un hedonismo que poco a poco se torna obstinación y, finalmente, termina en una batalla contra sí mismo y el paso del tiempo. De hecho, deriva en hostilidad hacia los vecinos, que acaban siendo concebidos como unos verdaderos extraños. Como si cada vez que el protagonista se zambullese en el agua, escarbara en su propia herida de vivir, y también en la de los demás; como si quisiera remontar un río a contracorriente, como un salmón, hasta llegar al punto del que partió, para así empezar de nuevo, y, tal vez, no cometer los mismos errores. ¿Pero es eso posible? ¿Puede uno salir a las calles líquidas y no agotarse nadando? ¿No ahogarse? ¿Puede volver uno a empezar? ¿No correr? ¿No competir? En fin, ¿puede uno nadar entre las turbias aguas del capitalismo y no naufragar?


Un nuevo tipo de nadador demanda esta modernidad líquida que, con tanto acierto, acuñó el sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío Zygmunt Bauman, galardonado en 2010 con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Un nuevo nadador con unas cualidades distintas que le permitan aclimatarse a ese nuevo medio que habita. Un mutante, quizás, mitad anfibio, mitad robot, en el peor de los casos; en el mejor, al parecer, un ser humano menos humano. Intentemos reflexionar sobre ello.


NUDO

Llegados a un punto postpandémico en el que, las distopías imaginadas por Bradbury en Farenheit 451 o Crónicas marcianas, o por George Orwell en 1984 o por Aldous Huxley en Un mundo feliz ya no se perciben tan lejanas, ni siquiera casi se podrían catalogar de ciencia ficción, pues algunas forman parte de nuestro día a día, conviene replantearse hacia dónde vamos. Como individuos y como sociedad, que es exactamente lo mismo, pues huelga decir que una sociedad está compuesta por individuos, es decir, por unidades unipersonales que, si se ponen de acuerdo y reman en la misma dirección, podrían cambiar el rumbo de los acontecimientos, el rumbo de un mundo que, más que a la deriva, al pairo, parece ir hacia la autodestrucción.


Solo pensar en los estragos que está provocando el calentamiento global en el planeta, o en las desigualdades (cada vez mayores) que existen entre los países y los seres humanos que los habitan, o en las apenas diferencias (al mismo tiempo y aunque suene contradictorio) que existen entre un adolescente en Tokio, unas turistas en Marruecos y los niños de California a causa de la globalización, o en la cruel soledad que sentimos en un mundo tan hiperconectado, o en las enfermedades físicas y mentales que se están desarrollando a una velocidad de vértigo, solo pensar en ello, ya es escalofriante.


Y es que, tal vez, sea esa velocidad la variante que tanto daño causa. En un mundo en el que todo va tan rápido y la vida es líquida, la palabra, cómo no, es papel mojado. Ya casi nadie tiene palabra. ¿Quién, sometido a tanto cambio continuo, es capaz de mantener la suya? Es verdaderamente difícil, en realidad. Para mantenerla, para ser leal a ella y honestos, tiene uno que nadar a contracorriente, pues los tiempos que vivimos llevan otra inercia.


Otra forma de mantener la palabra fuera del alcance de las garras del momento presente es escribiéndola; la palabra escrita tiene otro peso, perdura. Sin embargo, la inercia es tan fuerte, que la corriente nos arrastra calle abajo. ¿Dónde iremos a desembocar con nuestros cada vez más frágiles huesos? Ojalá nunca hacia un mundo terriblemente feliz sin rastro de fallo, imperfección o calor humano.


Por tanto, como bien encontramos en las tesis de Bauman, la velocidad de esos cambios nos lleva a una serie inacabable de nuevos comienzos y finales en la que nada puede mantener su forma y rumbo durante mucho tiempo. A excepción de los libros, siempre puerto seguro, cosa que no sucedió con las cintas de casete, el VHS o el walkman. ¿No cabría preguntárselo? ¿Por qué el libro no pasa de moda? Es un hecho: No caduca.


Pero es verdad: Casi todo caduca pronto y necesitamos que esos finales sean rápidos e indoloros, y necesitamos aclimatarnos al nuevo cambio, incluso antes de que este se haya instaurado. Lo hacemos como método de defensa, para poder sobrevivir, claro está, porque, de lo contrario, ¿quién podría vivir así, con tantos cadáveres a la espalda? Trabajos, amigos, casas, amantes, contratos, ropa, titulaciones, adjetivos…,todo envejece rápido. Demasiado rápido. Y siempre hay mucho ruido o mucha gente hablando, gritando al mismo tiempo, sin escucharse, sin comunicarse.

Por tanto, en un contexto así, ¿cuál sería la revolución? Pues perece clara: Frenar. Escuchar. Susurrar. Dejar de nadar, al fin y al cabo, tal vez, ponerse una cuerda al tobillo y amarrarse a algún pilar de los pocos que queden sólidos, como el de la familia, quizá, y hacerse el muerto. Porque ¿cuál es la alternativa? ¿Jugar a lo que se nos propone metidos en una carrera infinita hacia la nada? ¿Hacia el eterno presente? A veces la vida se parece a eso.


Según Bauman, «la vida líquida es como una versión siniestra del juego de las sillas pero en el que se juega en serio. ¿El premio real? Ser rescatados (temporalmente) de la exclusión». Y del olvido. ¿De verdad se puede seguir así, en una vida que nunca se detiene y en la que hay que estar modernizándose y actualizándose cada poco tiempo como si fuésemos un software de ordenador o una aplicación de móvil? Bauman dice: «Lo que se necesita ahora es correr con todas las fuerzas para mantenernos en el mismo lugar, pero alejados del cubo de la basura a que los del furgón de cola están condenados». Quien dice correr, dice nadar.


Entonces, ¿se puede vivir así? ¿Qué cualidades tendría que poseer ese nadador? ¿De verdad existe tal libertad para fluir? Si atendemos a las palabras de Jacques Attali, sí, es posible, incluso hacerlo con éxito:

«Son los que no poseen fábricas, ni tierras, ni ocupan puestos administrativos, su riqueza viene de un activo portátil: su conocimiento de las leyes del laberinto. Les encanta crear, jugar y estar en movimiento, viven en una sociedad de valores volátiles, despreocupados ante el futuro, egoístas y hedonistas. El arte de la vida líquida reside en convertir la novedad en una buena noticia, la precariedad en un valor, la hibridez en riqueza y la inestabilidad en un imperativo».


El nuevo puzle se alimenta de la insatisfacción constante y requiere que todas las piezas encajen perfecta y constantemente para conformar una nueva realidad que inmediatamente será devorada de nuevo. Esta sociedad emergente, según Bauman, «asigna al mundo y a todos sus fragmentos (animados e inanimados) el papel de objetos de consumo; es decir, objetos que pierden valor en el transcurso mismo de ser usados». Esto es, que nos consumimos unos a otros como hamburguesas de comida rápida. He aquí otro concepto clave, además de la velocidad: el consumismo, verdadero motor del capitalismo. El capitalismo necesita nuevos nadadores que consuman, que se consuman, y a la vez muten en nuevos nadadores que consuman, que se consuman, y a la vez muten en nuevos nadadores que consuman, que se consuman. Y así.


CONCLUSIONES

Si hay algo que se puede constatar a lo largo del tiempo es que el ser humano siempre ha necesitado de grandes ficciones para soportar la vida, ya sea esta líquida o sólida. Es por eso que las religiones han jugado (y juegan) un importante papel en nuestras sociedades. Como lo hace el Arte o, más habitualmente en nuestros días, hacen el fútbol, el porno o las series de televisión. La vida es otra cosa, parece que necesitamos contarnos. Sí, una ficción dentro de otra ficción. Y necesitamos grandes dosis (cada vez mayores y más concentradas dosis) de ficción para poder tolerar la prosa de los días.


Según artículo publicado en La vanguardia el 16 de febrero de 2019, el consumo de series de televisión ha experimentado un cambio con la llegada de las nuevas plataformas, que permiten visionar todos los episodios seguidos. Ello ha provocado un nuevo patrón de consumo y el aumento de quienes se dan atracones de su serie favorita. Según Netflix, 8,4 millones de personas en todo el mundo devoran una serie el día de su estreno de un solo golpe, una cifra que se ha multiplicado por veinte entre 2013 y 2016. ¡Cuántas parejas rotas! ¡Cuánta indigestión! Y no menos vómitos, ¿verdad? Pero no es responsabilidad nuestra. Es de los otros. Los monstruos siempre son los demás, ¿no? Lo mismo ocurre con las redes sociales, el racismo y la violencia. Pues el tiempo se nos acaba. Y algo sigue sin encajar. Entonces, ¿qué sucede?, ¿no hay esperanza para los nuevos nadadores? ¿No hay salvación? Por supuesto que sí, siempre la hubo. Siempre estuvo ahí: la educación.


Solo si pensamos en una educación de calidad en casa y en los centros educativos, donde se desarrollen las competencias que exigen los nuevos tiempos; una educación basada en la igualdad y el respeto a nosotros mismos y a lo que nos rodea; una educación que atienda a la diversidad, que promueva la cultura del esfuerzo y tenga la voluntad y la conciencia de querer ser la espina dorsal de una sociedad, podemos imaginar un futuro más amable. Mientras tanto, siempre nos quedará la poesía, que, como escribió Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro:


Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmando, como un pulso que golpea las tinieblas,


cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.


Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.


Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo.


Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.


Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.


Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica, qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros.


Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.


No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.


Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.



______________________________________FIN__________________________________________

REFERENCIAS

Attali, J. (1996). Chemins de sagesse. Traité du labyrinthe, Fayard.

Bauman, Z. (2005). Vida líquida. (Trad. Santos Mosquera), A. (2017)

Editor digital: diegoan ePub base r1.2. Recuperado de www.escapdf.com

Bradbury, R. (2007). Fahrenheit 451. Ediciones Minotauro.

Bradbury, R. (1998) Crónicas marcianas. Ediciones Minotauro.

Celaya, G. (1955). Cantos íberos. Verbo.

Cheever, J. (1964). The Swimmer. The New Yorker Magazine.

Cheever, J. (2018). Cuentos.(Trad. López Muñoz, J. L. y Zulaika Goicoechea, Jaime). Penguin Random House.

Cheever, J. (2018). Diarios. (Trad. Zadunaisky, D.). Penguin Random House.

Europa Press Madrid. Noticia en La Vanguardia (19/02/2019). Un nuevo patrón de consumo. Recuperado de https://www.lavanguardia.com/vida/20190216/46489221898/consumo-series-netflix.html

Huxley, A. (2013). Un mundo feliz. Biblioteca del Subsuelo.

Orwell, G. (1982). 1984 (1.ª ed.). Salvat.

Perry, F., Pollack S., (dir) (1968). The Swimmer [DVD]: Columbia Pictures.


BIBLIOGRAFÍA ADICIONAL

Astur, M. (2015). Seré un anciano hermoso en un gran país. Sílex ediciones.

Edgar, M. (2020). Cambiemos de vía. (Trad. Núria Petit Fotserè). Paidós.

Henry A. Giroux y Susan Searls Giroux. (2004). Take Back Higher Education. Palgrave.


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