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  • Foto del escritorDr. Goodfellow

CUÁNTOS DE LOS TUYOS HAN MUERTO

Ahora que ha pasado el Día de Muertos, sigamos con los muertos. Y es que este libro de Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, México, 1983), publicado por la editorial Candaya en abril de este año 2019 -y que ya va por su segunda edición-, no lleva a engaño en su título.


Habla de la muerte, sí, y de los muertos. Pero también es cierto que, de entre todos los muertos, habla más de los vivos. No sé si me explico:

Quiero decir que, en realidad, más que encargarse de los que se van, este magnífico libro de cuentos habla de lo(s) que se queda(n). De cómo convivir con las ausencias (ajenas y propias). De cómo necesitamos recuperar los cuerpos de los desaparecidos. Y de los secretos y silencios que dejamos a nuestra espalda, entre otras cosas. Uno lee los versos de Jordi Virallonga que aparecen en uno de los epígrafes iniciales: pero la muerte no es la muerte, es un muerto/ y habita en el recuerdo de algo vivo, /como un ojo en el salitre de la puerta .Y entiende rápido:


Como rápido entiende el lector que se encuentra ante un narrador poderoso y singular. Un narrador capaz de escribir a caballo entre la bella prosa y la poesía más sólida (y, por consiguiente, menos tardo-adolescente que uno pudiera imaginar). Y hacerlo bien. Y hacerlo para siempre. Sin traicionar a nadie. Ni lastimarse a sí mismo.


Unos cuentos que pesan como pesan los muertos llenos de agua. Y que uno necesita releer y paladear para que el placer deje paso al goce y, así, acaso juntar las migas que uno se fue dejando en el camino. Cuentos que me han conmovido y/o perturbado, en forma y fondo, por envolverme de una belleza extraña y doliente. Por sus atmósferas inasibles y contundentes. Sí. Un libro único, como debieran serlo todos.


Como suele ser habitual en un libro de cuentos o de poemas,* he conectado más con unos que con otros. Y aunque todos me parecen rayar a gran altura, destaco cuatro. Estos son:


El dolor los vuelve ciegos, El sanatorio de la intemperie, No tiene nariz ni ojos pero sí una boca y Naturaleza de los fieles, donde encontramos perlas como éstas:


No empezaba a tranquilizarse, a preocuparse por su madre, cuando el servidor público con agilidad animal, un bramido con zarpas, le cortó tres dedos de la mano al cuerpo

como si podara un brote

como si no fuera la primera vez que lo hacía,

al hermano lo alcanzó el instinto de esconder sus manos, contarse los dedos, confirmar que al menos eso seguía completo en él.

Nada de esto era necesario,

y sin embargo lo hizo.

La mano del muerto no sangró

pudo ver huesos cartílagos venas vacías

la sangre estorba

para ver las heridas,


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Nosotros para no amargarle la existencia al Indio, y porque siempre lo hemos querido nos acomodamos del lado de la habitación que alcanzaba a ver con el ojo bueno porque pensamos que así vería lleno el espacio y con el ojo malo no atisbaría el faltante de amigos,

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Yo no me salvé aquel día

no salí arrastrándome por entre los dientes de la espuma ni me acosté en la playa pensando que de verdad estaba muerto

que el tiempo se había terminado

para cualquier sueño de este cuerpo.

Somos un cuerpo

apaleado por arrabales, desnudo, sin esperanza

la esperanza la inventan los otros

nos la venden o la regalan, felices.

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Algo vio en sus ojos su rostro lleno de victoria vasallaje encendido en la sonrisa antes del beso la manera en que la tomó del brazo y la llevó a la cama y la penetró sin apenas quitarse la ropa en la habitación al lado de donde dormían el padre y la madre sobre la ropa sucia que al día siguiente él usaría para esperarla fuera del trabajo


ella luchando por cerrar la boca porque la cruz de oro falso que le pendía del cuello a él se le metía entre la lengua y el paladar como si todo en aquel emparejamiento fuera penetración y ahogo.

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Sí, la verdad es que se trata de uno de los mejores libros de cuentos que he leído en el último año. Decía Iván Turguénev que La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien. Y tenía razón. Especialmente, si te

la cuenta Eduardo Ruiz Sosa.


*Nota: el cuento que me interesa siempre estará más cerca del poema que de la novela y este libro se me antoja un ejemplo extremo y maravilloso de lo cerca que pueden llegar a estar.


Por Carlos Torrero


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