Póngase cómodo y túmbese. En primer lugar, me gustaría que comenzase a relajar los músculos de la cara uno a uno, incluyendo lengua, pómulos, frente, mandíbula y el resto de músculos que rodean las cuencas oculares. En segundo lugar, debe usted centrarse en la tensión de los hombros, trate usted de relajarlos y déjelos caer tan abajo como pueda. A continuación, tome conciencia de su respiración: Inhale y exhale relajando el pecho. Mientras tanto, trate también de relajar las piernas y despeje por completo su mente. En seguida vuelvo.
Bien, continuemos. Responda a mis preguntas sin pensar mucho. Estoy aquí para ayudarle.
Cuando debe rellenar un formulario, ¿qué pone usted en el espacio destinado a profesión?
Normalmente, profesor de inglés. Pero reconozco que a menudo tengo la tentación de rellenarlo con “desconocida”.
De no haberse dedicado a lo que se dedica, ¿qué le hubiera gustado ser?
Saxofonista de jazz. No toco ningún instrumento musical, pero me habría gustado.
¿Cuántas comidas hace al día?
Tres. Excepto el desayuno, siempre con cerveza. Entre comida y comida también bebo cerveza.
¿Hace ejercicio? ¿Cuál?
Cuarenta minutos de elíptica, tonificación muscular con banda elástica, abdominales isométricos y estiramientos. En total, unos noventa minutos. Mens sana in corpore sano. Sin restar importancia al hecho de que esto me permite seguir bebiendo cerveza sin echar barriga.
¿Un escritor nace, se hace o se deshace?
Primero se hace para luego ir deshaciéndose. Con suerte, llegará a rehacerse.
Descríbame, de forma coloquial, su mesa de trabajo.
Si estoy fuera de casa, normalmente en un bar, sobre la mesa hay un café solo, un bolígrafo azul o negro y una libreta. Si estoy en casa, uso solo mi portátil y las notas de la libreta.
Ahora descríbame, literariamente, su mesa de trabajo. Le escucho.
Sobre el vacío pulido de la madera, solo discutido por el polvo, la marabunta ilegible de insectos de tinta que invade las páginas se va trasladando a la pantalla del ordenador.
Cuénteme, Manuel, todos tenemos dos o tres temas que nos obsesionan. Tal vez, uno. Los escritores más, si cabe. ¿Cuáles son los suyos?
Ateniéndome a los resultados narrativos, la impostura.
Hasta el momento, ha publicado tres novelas, un ensayo y escribe poesía en la intimidad. Hay algún género literario que se le resista. ¿Alguno favorito? ¿Por cierto, cree usted en los géneros literarios?
Por el momento, no he escrito nunca teatro. Pero no descarto meterle mano en un futuro.
No tengo preferencia por ningún género en particular o, mejor dicho, los prefiero todos. Dependiendo de lo que quiera contar y, sobre todo, cómo lo quiero contar, con qué tono y qué intención, me decanto por uno o por otro.
Claro que existen los géneros. Están ahí para que los parodiemos, los descompongamos y los mezclemos. Incluso a veces, las menos, para que los sigamos con total respeto.
En su último libro, La literatura no tiene cura (Maclein y Parker, 2019), hace usted un interesante y divertido recorrido por autores, obras y personajes de la Literatura Universal con trastornos y patologías de toda índole. Un ensayo en el que se le ve muy cómodo. Muy en el tono del Lector Irreverente, su sección semanal en el programa La cultura en RAI de Canal Sur Radio, conducido por Viki Román. La pregunta es obligada: Qué fue antes el huevo o la gallina. ¿La actividad de la escritura es la que lleva a la locura o hace falta estar un poco loco para dedicarse a escribir?
Hay escritores muy centraditos. Otros mantienen la cordura intentando explicarse a sí mismos y al mundo que los rodea a través de la escritura. Y, finalmente, están los que tienen un talento innato para la locura. Estos últimos tienen una gran ventaja a la hora de crear. A qué negarlo. Me temo que yo pertenezco al primer grupo o al segundo.
En su libro asegura usted que si en mitad de una conversación, alguien nos cuenta que ha leído tal o cual libro y le ha cambiado la vida, es mejor que huyamos despavoridos. ¿No cree que eso pueda pasar? ¿No cree que un libro pueda curar?
Los grandes libros nos ayudan a hacernos preguntas, pero no pueden dar una respuesta definitiva. Ese es trabajo de la religión organizada y de las sectas, valga la redundancia.
Bradbury decía en su ensayo Cómo alimentar a una musa y conservarla que vivimos en una cultura y una época inmensamente ricas en basura como en tesoros y que en ocasiones es difícil saber diferenciar. También en literatura, por supuesto. Usted mismo lo aborda, de otro modo, en su libro. ¿Algún consejo para aprender a discernir en un mercado tan saturado?
Si pasados unos años, la lectura del libro da tufillo, se trata de basura. En cualquier caso, leer mucho y bien ayuda a mejorar el criterio. Y, para ese menester, los clásicos suelen ser infalibles.
En el mismo ensayo, el escritor californiano proponía una dieta rica en poesía y ensayo. ¿Quiere usted añadir algo de postre?
Relatos, novela y teatro. Así no falta de nada.
Y la última. Imagino que andará escribiendo algo. ¿Algo que quiera y pueda compartir conmigo en estos momentos?
En estos momentos estoy trabajando en un conjunto de relatos con una clara conexión temática y narrativa. Esta vez el tono está muy alejado del que utilizo en los cuatro libros que he publicado. Está más cercano al puñetazo en la boca del estómago que a la acidez del humor.
De acuerdo, ya hemos terminado por hoy, incorpórese lentamente y póngase los zapatos. Muchas gracias. Aunque es mi trabajo, ha sido un placer escucharle. No se crea que es así siempre. Mi consulta estará abierta para usted. Día y noche. Con o sin viento. No como los parques, al parecer. Lo dicho. Vuelva cuando quiera.
Por Carlos Torrero
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