En la consulta del doctor Goodfellow hay un trasiego considerable de ciertas sustancias psicoactivas. Algunas se obtienen con recetas oficiales y tras un riguroso examen médico y consiguiente diagnóstico; otras, no tanto. Algo anecdótico que en estos momentos no viene al caso. Pero al que dedicaremos alguna que otra entrada en un futuro. Hace unos meses estábamos Aurora y yo en la salita de espera, esperando a que Carlos, Manuel y Elena salieran de la sala de risoterapia y autoficción (parece que el Dr. Goodfellow ha descubierto una nueva técnica y ellos se habían prestado como voluntarios a ser los primeros en probarla). Aurora y yo, mientras tanto, intercambiábamos nuestras experiencias con diversas sustancias y comentábamos sobre sus efectos. El caso es que Aurora me habló entonces de un libro de Angelika Schrobsdorff, Tú no eres como otras madres, con un entusiasmo tal que cuando llegué a casa (muy relajada, la verdad, después de probar la terapia novedosa) me dispuse a investigar un poco sobre ella. Justo en esos días me habían invitado a participar en un congreso sobre autoras y autoficción. Me pareció una buena manera de conocer a una de la que apenas sabía nada. Pedí los libros en alemán y compré las traducciones al español, deseando que me produjeran el mismo efecto que a Aurora. Decidí empezar por Die Herren, la primera de las novelas que publicó en 1961, y utilizarla para mi ponencia. Y confieso que pocas veces he sentido en los últimos tiempos una embriaguez literaria y, poco a poco, una fascinación así por una autora. Tengo que advertir, eso sí, que tengo un conflicto a la hora de elaborar esta reseña. Aquí voy a hablar también del texto alemán no mutilado, no accesible al público castellanoparlante, porque, con el título de Hombres, Errata naturae ha reeditado la traducción al castellano aparecida en 1966 en Ediciones Cid. En ella se omitieron los dos últimos capítulos (nada menos que casi doscientas páginas). Me es, de momento, desconocida la razón por la que no se hizo una nueva traducción, como ha sido el caso de la recientemente aparecida en catalán.
Eveline Clausen, la protagonista, un claro alter ego de la autora, narra las innumerables relaciones erótico-amorosas que se suceden desde su adolescencia (catorce años) hasta los treinta. En su concepción original consta de 10 capítulos, nombrados según las diversas funciones que ejercen algunos (los de mayor peso, eso sí) de los muchos antagonistas masculinos. Die Herren fue, ya lo he adelantado, un auténtico escándalo en su momento. En Baviera fue censurada. Se la etiquetó de antisemita. Su protagonista escandalizaba sobre todo por ser considerada poseedora de una abyecta tendencia a la ninfomanía. Y por el desparpajo con el que lo cuenta, puedo imaginar. En posteriores ediciones y traducciones ha sido objeto de mutilación y de un edulcoramiento que han desvirtuado en gran medida lo que hace de ella una novela especial. Y precisamente los dos últimos capítulos son en cierto modo imprescindibles. Es en ellos en los que la protagonista accede al grado de autoconciencia necesario para poder entender las razones que han guiado su comportamiento y lograr trascenderlo. Si hay algo que caracterice la narración es la contundencia implacable de una voz inteligente, sagaz y tremendamente lúcida a la hora de relatar los procesos internos y los acontecimientos externos situados en la Europa de la postguerra. Una postguerra en la que los vencedores, rusos, ingleses y americanos instalados en Bulgaria y en la Alemania derrotada, son mirados a través del ojo irónico y despiadado de la narradora. Angelika Schrobsdorff, en este ejercicio honesto y descarnado de autoficción, perfila el proceso de autoafirmación de una mujer desarraigada que, para sobrevivir en un mundo ajeno y hostil, no tiene más remedio que exiliarse de sí misma. Es perfectamente consciente de que, con las reglas de juego establecidas por un sistema de sexos en el que ella por fuerza ha de moverse, las relaciones que se establecen son de poder entre sujetos que no ocupan posiciones de igualdad:
Cuando una mujer tiene su propia vida y no se pliega agradecida a un hombre, entonces o es histérica o una neurótica. Si no reacciona en la cama como el hombre, en su simpleza y arrogancia, espera, entonces es frígida. Y cuando se permite las mismas libertades sexuales, ninfómana. Ellos, señores y maestros, siempre disponen de una etiqueta para todo lo que concierne a una mujer; para sus propios males y deficiencias no poseen ninguna; peor aún, consideran que carecen por completo de males y deficiencias. (Traducción propia).
En ese juego entre desiguales y para no tener que adaptarse por completo al estereotipo de feminidad esperable, decide involucrarse en las relaciones que establece con el poder que puede conferirle su capital sexual. Para no perder. No esperemos, por tanto, un elegíaco discurso desde una posición de víctima. La distancia que otorga la ironía es una de las características más acusadas de la voz. Una voz absolutamente carente de autocompasión. Tampoco hallaremos el esbozo simplista de un mundo dicotómico de hombres victimarios y mujeres víctimas. Todos participan, hasta cierto punto, de las dos posiciones: ella también es verdugo y es víctima. Ese juego de enamoramientos súbitos, de pasión y de deseo siempre está teñido de violencia. Ella la ejerce. Ellos, aun los que más dicen amarla, también. De hecho, casi todos acaban siendo violentos con ella. Para demostrar la supuesta ventaja que les ha de conferir en el juego su indiscutible masculinidad (o su impotencia; esto es todo un tema y lo abordaremos). Todo ello sucede en una narración ágil, a veces vertiginosa, a un ritmo casi de folletín y en la que, al menos en apariencia, no encontramos tiempo para reflexiones profundas. Salvo al final. En los dos últimos capítulos, justo los que faltan en la edición española. En ellos la narración quizá se vuelva un poco repetitiva y se ralentice un poco. Por poner una nota crítica a mi entusiasmo, creo que a mí se me empezó a hacer un poco tediosa la lectura. Pero estamos hablando de una novela de más de setecientas páginas. Y no es fácil mantener la tensión narrativa y captar constantemente la atención del lector. En ellos es donde más abundan los análisis que hacen al personaje entenderse a sí mismo. Hay una especie de final feliz (siento el spoiler). El personaje se redime. No cuento cómo. Quizá en un intento de convertir este interesante relato de la relación de una mujer con el amor (ahí lo tienes, Carlos, servido en plato frío —ponle un emoticono de guiño—) en una moderna novela de desarrollo, la de una mujer exiliada de sí misma tratando de transformar en vida su trayectoria de superviviente. Pero intuyo que no es solo eso.
(Continuará…)
Miriam Palma
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