Itinerario 1 o cómo llegué a leer Walt Whitman ya no vive aquí, Ensayos sobre literatura norteamericana de Eduardo Lago (Sexto Piso, 2018)
Las notas a pie de página también son la letra pequeña de un contrato, en este caso, de lectura. Hay que estar atentos. A veces lo verdaderamente importante está ahí. O eso creemos. Así nos lo han hecho saber las organizaciones de consumidores y nuestra propia experiencia lectora. Yo no digo nada, allá cada cual, pero saltarse las notas a pie de página, o su variante, las que van al final del texto debidamente numeradas, es una decisión que tiene sus costes tanto en la valoración del libro como de nosotros mismos como lectores. En fin, Borges todo lo ve desde la infinitud del laberinto.
Las notas a pie de página son un mundo paralelo. Otra dimensión. Estoy descubriendo ahora (sí, tarde, lo sé) a David Foster Wallace, que se apropió de ellas como esa gente que aprovecha la noche para mover unos metros sus lindes. Con ellas, Foster Wallace ganó terreno literario, multiplicando las posibilidades ficcionales de una historia, expandiéndola y llevándola más allá, creando así, en definitiva, un juego de relaciones entre textos, el principal y los aparentemente secundarios, que ha dado lugar a una explosión de ensayos, tesis doctorales y obras de ficción en tono a esa peculiaridad estilística del autor norteamericano.
Una bibliotecaria me contó una vez que un usuario iba de libro en libro siguiendo las notas a pie de página. Si en una de ellas se señalaba un libro abandonaba el que tenía en las manos y pedía consultar ese del que el autor hablaba. Es algo así como mi viejo sueño de ir al aeropuerto y comprar un billete para el primer avión que salga y hacer lo mismo en el siguiente aeropuerto.
Si han llegado hasta aquí les debo algo, al menos una confesión. Como no puedo hacer lo de ir de aeropuerto en aeropuerto comprando billetes de avión y comprobando la elasticidad de mi destino en el espacio tiempo, hago lo que el usuario de la biblioteca y voy de libro en libro siguiendo las rutas azarosas de las notas bibliográficas de mis lecturas. Esta manía fue la que me llevo hace años al diván del Doctor Goodfellow, eminencia psicoliteraria y académica de primer orden, a cuya sabiduría y amistad hemos dedicado este humilde blog de chaladuras literarias[1].
Está bien, revelaré mi itinerario. Para llegar a Walt Whitman ya no vive aquí. Ensayos de literatura americana, libro sobre el que pretendo hablar, y del que hablaré, lo prometo, pasé antes por:
- ¿Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos?, Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez (Jekill and Jill, 2018).
- Y luego, a partir del anterior, por La cadena trófica. Manual de literatura para caníbales II, Rafael Reig[2] (Tusquets Editores, 2016).
Me gusta ser sincera. Me compré el libro de Jekill and Jill por el título y la editorial. El título es largo pero también invita a leer, me gusta la idea de la literatura, sea la que sea, como arma de destrucción. Por otro lado, la editorial es de las que es considerada moderna en el ambiente literario. Modernita, una editorial pequeña, pero molona. Como voy ya para los cincuenta y un años y temo desde los diez no enterarme de nada, tengo que recurrir a este tipo de compras para sentir que hago algo para no quedarme atrás. Pues sí, Jekill and Jill es una editorial moderna y también interesante muy interesante en sus propuestas. De hecho me interesó tanto su libro sobre la literatura experimental y sus superpoderes que hablé con María José Barrios, escritora, profesora de escritura creativa, amiga y dueña de Casa Tomada para proponerle crear a partir de su lectura un espacio de encuentro para escritores y escritoras interesados en hablar y reflexionar sobre literatura.[3].
[1] Conocí a Miriam Palma y Carlos Torrero en la sala de espera del Doctor Goodfellow. Miriam hojeaba una revista literaria que dedicaba un monográfico al Ulises de Joyce mientras Carlos escribía y miraba al infinito, fingiendo, por pura timidez, que tomaba apuntes para una novela. Nos lo contó después, cuando fuimos a tomar juntos una cerveza con Goodfellow, que no permite que le llamemos doctor en los bares.
[2] Este libro recorre la historia de literatura española desde el siglo XIX a la actualidad. Hay otro volumen que aún no he leído que parte desde la edad media hasta el siglo XIX. Se llama Señales de humo. Manual de literatura para caníbales (Tusquets Editores, 2016).
[3] Este grupo se creó y funciona actualmente se llama El Pespunte, nombre que saqué del libro de Rafael Reig, La cadena trófica. Manual de literatura para caníbales. Actualmente nos reunimos en este singular club de lectura los siguientes: Rosa Yáñez, Silvia Hidalgo Callarga, María José Barrios, Reyes García Doncel, Tomás Rey, Nuria Sierra Cruzado y Fernando Repiso.
El susodicho libro de Jekill and Jill consta de tres artículos no muy extensos donde Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez, ambos escritores, uno norteamericano y el otro español respectivamente, defienden la libertad de construir historias más allá de los parámetros realistas, tal y como defiende Jonathan Franzen, un auténtico renegado de la literatura experimental. De hecho era muy amigo de David Foster Wallace, gran adalid de la literatura experimental en los EEUU.
Fue precisamente en el artículo intermedio del libro, escrito por Rubén Martín Giráldez, donde hallé la referencia al libro de Rafael Reig. Una divertida novela en la que se cuenta la historia de la literatura española desde el siglo XIX hasta la actualidad a través de los miembros de una familia que siempre llegan tarde al movimiento literario de turno. Un viaje extraordinario por los submundos y cloacas de ilustrados, románticos, realistas y naturalistas, vamos, de toda esos autores y autoras que hemos estudiado durante años[1].
La lectura del artículo de Ben Marcus me llevó al destino final de este artículo, es decir, el libro de Eduardo Lago sobre literatura norteamericana. El autor parte de una idea: el ADN de la literatura norteamericana tiene una doble hélice, estando por un lado la tradición de la literatura mimética que pretende una representación de la realidad y por la literatura experimental. El problema de este modelo es que los autores y autoras no siempre se adhieren en su obra a estas dos corrientes y, a menudo, la teoría de Eduardo Lago patina[2]. Aun así creo que el libro, por cierto, muy bien escrito, es una magnífica forma de adentrarse por una tradición literaria muy distinta a la nuestra. Al final incluye distintos planes de lecturas que pueden ser una guía estupenda para lectores interesados.
Y sí, parecía imposible, pero he llegado al final. Creo que el Doctor Goodfellow se sentirá satisfecho con este ejercicio, muy recomendable para los que, como yo, gozan con lo que el mexicano Gabriel Zaid llamó las Constelaciones de Lectura. Pero este es otro cuento, amigos.
[1] Si se quiere bajar a los infiernos actuales en esto de la literatura española echen mano, a modo de guía, de La mala puta. Requiem por la literatura española de Miguel Dalmau y Román Piña Valls (Editorial Sloper, 2014)
[2] Otra cuestión a discutir del libro sería el asunto de la conformación del canon literario y el papel que en él tenemos las mujeres y las minorías étnicas o raciales, los colectivos LGTB, etc.
Por Aurora Delgado
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