Llevaba tiempo sin pasar por la consulta del Dr. Goodfellow. En parte debido a otros asuntos literarios, pero especialmente porque no estaba teniendo suerte con las últimas lecturas elegidas. Al menos, no esa clase de suerte que apetece compartir y con la que uno se entusiasma. Pero eso cambió con Lo que lee un editor (New Castle Ediciones, 2020).
Verán, hace años que encuentro variada riqueza en la periferia literaria e independiente, lejos, digamos, de los dos grandes y poderosos focos del sector. Creo que se están haciendo cosas realmente interesantes desde lugares como Cáceres, Gijón, Zaragoza, Palma de Mallorca, Huelva, Valencia, Málaga, Sevilla o, por supuesto, Murcia, como es el caso, por mencionar sólo algunas ciudades. Literatura muchas veces fronteriza, difícil de clasificar. Pero editada con enorme gusto y criterio exquisito. Gracias a eso, los lectores pueden dar con joyas que no usarán para calzar mesas ni para encender el fuego de la chimenea. Al revés, pasarán a formar parte del grupo de ejemplares más singulares y valiosos que conserven en sus bibliotecas.
Es el caso de este MARAVILLOSO libro. Y digo MARAVILLOSO por ser esta una palabra con vocación de navaja suiza, que me sirve para resumir todas las cualidades de este pequeño libro, y que, además, es la palabra con la que su autor, recurrentemente y sin complejos, también obsequia a aquellos libros que le hacen feliz. Porque Lo que lee un editor es una recopilación de textos que fueron publicados como reseñas en el suplemento de libros del diario La opinión de Murcia entre 2018 y 2019. Cosa que no sabía cuando me acerqué a su precioso diseño de cubierta (esa composición de letras rojas a ras de guillotina, ay) a cargo de la gran poeta Cristina Morano. Textos deliciosos que destilan un amor inquebrantable por los libros, humor que en esta consulta compartimos, como compartimos también la mirada distinta al acercarnos a ellos y el gusto por lecturas que no son tendencia mayoritaria actual. Que ya cansa un poco: Todo el mundo leyendo y recomendando lo mismo, todo el rato.
Por todo ello, se me antoja que este libro es importante. No diré necesario, porque, si juntáramos todos los libros que nos dicen que son necesarios, el sol desaparecería enterrado. Pero sí importante. Pues muestra un recorrido muy personal (y universal) sobre diferentes lecturas que su autor rescata por diversas razones, casi siempre ligadas a su memoria y experiencia vital. Y lo hace de una forma brillante, fresca y con un estilo arrebatador, a lomos de la ironía, la claridad y también la concisión. Nietzsche dijo: El que sabe que es profundo se esfuerza por ser claro; el que quiere parecer profundo se esfuerza por ser oscuro.
Sólo dos peros en letra cursiva que, en el fondo, juegan también a su favor. Porque la perfección es una quimera insoportable:
1. Algunas erratas molestas.
2. Quizás acompañar todos los textos con su correspondiente imagen hubiera desarbolado demasiado la maquetación. Pero a mí me parece muy interesante el diálogo establecido entre texto e imagen cuando se da.
Al final, el resultado es un paseo único por las filias y fobias del editor, más filias que fobias, para ser honestos, y se agradece. Así, de su mano, autores como Ripellino, Gismondi, Espinàs, Marchamalo, Fuentes o Rubiano, entre otros, se van haciendo un hueco memorable en nuestra lista de lecturas pendientes, si es que no lo tenían ya. Y, si bien cada comienzo de texto es un brujuleo divertido y aparentemente ciego, también es cierto que Castro termina siempre llevando el barco a buen puerto. Y las expectativas que uno tiene cuando lee una reseña quedan bien colmadas. O a mí me lo parece. Y en un número de palabras austero. Siempre el mismo: 636. Las mismas que este texto, que sirva como breve homenaje.
Carlos Torrero
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