Se acercan las ventas previas a la Navidad y las mesas de novedades de las grandes librerías y centros comerciales se llenarán de títulos insustanciales, que nos facilitarán la tarea de encontrar el mejor regalo para lectores ocasionales y compradores que no leen. En su búsqueda del milagro de la multiplicación de los libros y los euros, tampoco se olvidarán del lector medio(cre), es decir, ese que sacia su escasa curiosidad con las recomendaciones de sus compañeros de club de lectura o las de los medios de comunicación que pertenecen al mismo gigante empresarial que el grupo editorial al que, tan graciosamente, publicitan. Así, junto a novelas premiadas por encargo, títulos firmados por youtubers, instagramers, presentadores de cadenas nacionales y hierbas varias, encontraremos una buena ristra de thrillers en busca de serie de plataforma digital escritos a golpe de decálogo, mucha literatura terapéutica y, cómo no, un buen número de novelas testimoniales (mal llamadas autoficción) montadas todas con el mismo molde de hornear el bizcocho del yo-mi-me-conmigo que tanto gusta últimamente.
En cambio, si usted busca un libro sobre el que todas estas etiquetas resbalen como si estuviesen untadas de jabón, como ocurre con La casa, la última novela de Elena Marqués Núñez, tendrá que ir al encuentro de la autora en alguna presentación, bucear en librerías pequeñas en tamaño, aunque grandes en buen gusto, o colarse directamente en la web de la editorial Extravertida. Eso sí, aviso a los alérgicos a la buena literatura de que esta novela puede contener trazas de Tolstói, de Cortázar, de Rulfo, de Carpentier, de Elena Garro y de tantos otros nombres potencialmente urticantes para lectores poco exigentes. Y aquellos que crean que el dominio del idioma y el cuidado de la palabra justa es lo que menos importa en un libro tengan a mano un diccionario. Porque no olvidemos que si hace unos años la prosa luminosa y musical era conditio sine qua non para poder publicar, hoy se ha convertido en rara avis, que a muchos parece incomodar más que otra cosa. No hay más que leer a los distintos jurados de certámenes literarios alabando eufemísticamente una y otra vez la sencillez de la prosa de los títulos premiados. Parafraseando aquella película española de los noventa dirigida por Manuel Gómez Pereira, nunca entenderé por qué lo llaman sencillez cuando quieren decir simplicidad.
Pues bien, en medio de este panorama desolador todavía encontramos alguna luz. Y una de esas antorchas es La casa, de Elena Marqués Núñez, un relato construido con cuatro voces, pero dirigidas por una de ellas, la de un narrador poco fiable que nos cuenta la peripecia de tres mujeres que arrastran una herencia familiar que va más allá de lo material y que, en busca de unas raíces que no tienen, se inventan su propia Ítaca en el empeño de habitar la vieja casa familiar situada en Bárgina, una aldea inventada que la autora sitúa en el norte de España. Allí, estas últimas representantes de la familia Tejedor tendrán que enfrentarse al deterioro de la propia edificación, al recelo de los lugareños y a los fantasmas que la habitan.
La casa, como espacio físico dentro del relato, se irá convirtiendo, a medida que el texto avanza, en una metáfora de la construcción de la identidad de sus personajes y de la construcción narrativa. En ella, la autora nos regala un texto honesto y ambicioso en el que nos invita a reflexionar sobre la forma en que creamos nuestra propia historia a medida que nos la contamos a sabiendas de que la ficción contamina a la realidad y viceversa.
Manuel Valderrama Donaire
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