En aquellos tiempos nadie enseñaba a nadar. Vivían pegando al mar, junto al río que desembocaba, rodeados de agua, pero aun así, pocos sabían nadar. Y aquel niño, el pequeño, cayó a la ría, y a la bajamar, su madre, partida en dos, gritó como una mujer que dejaba de ser, abrazada al cuerpo inerte de una criatura que ya no era…
Así empieza esta novela de cinco generaciones de mujeres; cuatro madres, cinco hijas, y el paradigma de la maternidad que atraviesa una narración dividida en las voces de tres de ellas: una bisabuela (Ruth), una abuela (Adriana), una madre (Adirane). La primera mujer: la madre que llora a su hijo muerto al fondo de la ría. La última: la niña que queda atrás, la hija que todavía sólo es hija, nieta, bisnieta… Una historia de mujeres valientes y fuertes, no porque sí, no porque hayan nacido así, sino porque la vida las obliga, las empuja a poder, a ser más y más, más de lo que son, incluso más de lo que creen ser; mujeres que no se dicen fuertes ni valientes, porque cada día duele, y su fuerza sale de no saben dónde, pero sale y no puede ser de otra manera. Pero a veces…, a veces la fuerza flaquea, a veces los márgenes aprietan tanto que el ahogo se hace insoportable y ese tambalearse y ese dudar pervierte el dichoso paradigma de la maternidad que manda y marca y señala cómo, por dónde, y así, sí, por supuesto, y así, no, desde luego que no. Y es justo en los quiebros, en los titubeos, en la inseguridad, cuando decae la confianza en la supuesta fortaleza de esa madre que decide porque debe hacerlo y su decisión trascenderá su propia decisión y será juzgada, por todos, sí, pero sobre todo, y es lo que importa, por la hija que, sin saberlo, condiciona, claro que condiciona, y será quien, al fin, sufra las consecuencias y si mal, mal. Mal con esa madre que se permitió resolver; mal por hacer o no hacer, por decir o no decir, por quedarse o por marcharse… Entonces, llega el momento, llega cuando una ha dejado de ser hija hace tiempo porque sí, porque con su madre no, y hay una hija que te pertenece y parece ser que también le perteneces, y resulta que una es lo que es y no sabe muy bien qué hacer con eso, y tiembla y duda, ¡cuánto duda! Y llega el momento, y hay que decidir. ¿Y por qué hay que decidir? ¿Por qué es tan difícil tomar una decisión? Solo sabe que es por esa niña, que es suya, y también por sí misma, para qué engañarse, y sabe que algún día tendrá que rendir cuentas ante esa hija y cómo decirle, cómo explicarle que no fue fácil, que queriéndola tanto no fue nada fácil, y aun así…
Algún día, quizá, después de muchas distancias y muchos silencios, igual que ella, que con su madre no, con su madre nunca, pero ahora sí, ahora ya sí, puede que algún día esa niña sea madre también, y puede que llegue a entender. La maternidad, en fin, que define y delimita; la maternidad que impone e inhibe, que fortalece y anula. Y así como la bajamar, que poco a poco, como si lo hiciera casi sin querer, va descubriendo lo que la marea arrasa en la crecida, lo que oculta y silencia lentamente, en sus tímidos pero persistentes vaivenes, así el tiempo va revelando antiguos silencios y heridas con el recuerdo de un dolor sordo, casi olvidado, mecido por el flujo incesante de las aguas. Y así las vidas, como las aguas, fluyen.
Olivia Lahoya Cuende
Comments