Hasta ahora me resistía un poco por motivos obvios; al fin y al cabo, yo también soy un autor de Sloper. Pero luego pensé que la discriminación positiva es –también–, un tipo de discriminación y, por tanto, una injusticia. Así que ¿por qué no compartir mi lectura del libro de un compañero de catálogo cuando lo merece? De hecho, los lectores más despiertos sabrán que ese frágil vínculo no garantiza nada. Si me apuran, al revés: bien conocidas son algunas enemistades existentes entre autores de la misma casa. Aunque, ya les avanzo, tampoco es el caso. Ni fuego. Ni nieve. No tengo el placer de conocer al Sr. Bertotti. Ni había leído nada suyo, la verdad. Aunque no me hubiera importado conocerlo antes, todo hay que decirlo; me hubiera arreglado una soporífera noche de fin de año junto al fuego y unos bereberes en el desierto. Pero esa es otra historia.
Hubo un tiempo en el que andaba fascinado con el acento argentino. Y el cine argentino. Y la literatura y la comida argentinas. Pero luego todo eso cambió. De forma radical. Supongo que asistí a demasiados asados con psicólogos y dentistas argentinos, y me saturé un poco. Con el tiempo, por suerte, los afectos (y los prejuicios) volvieron a equilibrarse y desde esa posición, digamos, más neutral, he leído a Gabriel Bertotti, que, según reza en la solapa, nació en Bahía Blanca, Buenos Aires.
Historia de Los Ángeles (SLOPER, 2020) es un libro que contiene, lo digo ya, ocho singulares e intensos relatos que desembocan en una estupenda novela corta, cosida con mucho oficio, que es la que da título al volumen. Para adentrarse en su lectura, se me ocurre, el lector quizás debiera primero agenciarse un pequeño kit de supervivencia: un saco de dormir, un par de calcetines limpios, un mechero, una brújula, quizás una petaca o, en su defecto, una cantimplora y un machete. Es muy probable que el lector lo agradezca cuando atraviese estos relatos pues en ellos hay, en efecto, mucho viaje y aventura.
Relatos bien contados por narradores nada fiables que dudan, mienten o se desdicen consiguiendo mantener la tensión narrativa en todo momento, obligándote a estar atento. Hay libros que se pueden leer en diagonal y uno apenas se pierde información relevante. No es el caso. En cualquier instante puede suceder una curva, un golpe o un pliegue en la memoria y puedes desviarte del camino; perderte la fiesta. Sí, Historia de Los Ángeles es literatura generosa, de calidad. Una fiesta pensada para entretener. Pero sin renunciar a escarbar en la naturaleza del ser humano.
En una época en la que, a veces, da la sensación, las obras de las mesas de novedades se parecen mucho entre sí y los nombres de los autores casi son intercambiables, se agradece una propuesta así, no sujeta a moda alguna. Una propuesta que dialoga con el lector (no sólo consigo mismo). Que no se olvida de él. Que le tiende la mano pero no lo toma por tonto.
Ahora que se empiezan a reunir las listas de los mejores libros del año, me parece importante rescatar esta cuestión. Casi todos los años, las copan algunos libros que posiblemente no nos hayan parecido tan destacables. Muchos de ellos, tan ensimismados y aburridos que parecen no haber sido concebidos para ser leído por el otro. En mi opinión, la auténtica finalidad de cualquier acto comunicativo, y por supuesto de la palabra escrita y publicada.
Historia de Los Ángeles se columpia constantemente en esa fina grieta que separa la realidad de la ficción, y sobre ella construye su fortaleza. Un castillo en el aire repleto de intrigas y pasiones de mentira que huelen a verdad. ¿No es eso lo maravilloso de la literatura? ¿Del cine? ¿Del arte, en general?
Historia de Los Ángeles es también un entusiasta homenaje al Hollywood dorado y a las figuras de Raymond Chandler, Faulkner, Fitzgerald y Hammett, también a su literatura. Porque como guionistas de Hollywood, ciertamente, no les fue tan bien. Pero por encima de todo es un homenaje a la imaginación. Y al viejo y noble oficio de contar historias. Buenas historias.
Me ha parecido encontrar trazas también de Piglia, Puig o el mismísimo Bradbury. Y, por supuesto, de Francis Ford Coppola, John Huston y Howard Hawks, entre otros ilustres. Porque este libro rebosa humor pero especialmente amor por el cine. Y está plagado de guiños y maravillosos cameos. Especial mención se merece, a mi entender, el de Barton Fink, personaje memorable de los hermanos Cohen. Y es que Bertotti, al igual que otras películas recién estrenadas como Mank, de David Fincher, parece querer devolverle los galones perdidos al escritor, guionista y contador de historias, demasiadas veces ninguneado y maltratado.
Si tuviera que señalar algún pero, diría que el habla de algunos personajes, en contadas ocasiones, no resulta del todo verosímil. Pero nada que empañe unos diálogos, por otra parte, inteligentes y bien medidos. Nada que haga olvidar esas atmósferas tan bien trazadas.
Así que ya lo saben, si quieren un libro distinto, que les haga compañía de verdad; si quieren disfrutar de una buena lectura y sienten simpatía por personajes que se echan el humo a la cara o se ríen de sí mismos (y de los demás); si les apetece, digo, ahora que hay tanto límite perimetral, volar a California, México o Vietnam, Historia de Los Ángeles, de Gabriel Bertotti, es caballo ganador.
Carlos Torrero
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