Iré al grano. Mi padre dice que, desde el mismo instante en que nacemos, nos estamos muriendo. Algo así como si fuésemos un coche nuevo saliendo del concesionario. Pero con un chasis más frágil. Un tipo alegre, sin duda, mi padre. Pero, a qué negarlo, tiene razón. El reloj no se detiene. Nunca. Y uno tiene la impresión de que es cuando empieza a sospechar de qué va todo esto, cuando le meten en una caja de pino. O le prenden fuego. Y zas. No somos nadie. Era un buen hombre. Bla, bla, bla. Todos lo recordaremos. Sí, bueno. Oye ¿Hay canapés?
No sé ustedes pero yo soy muy consciente de lo breve que es, en realidad, este juego. Cada año más consciente, como es natural. Y entre el dinero o el tiempo, si de preferir riqueza hablamos, me quedo con lo segundo. Lo decían los versos, ya muy magreados, del poema A las vírgenes, para que aprovechen el tiempo de Robert Herrick y que, a menudo, se le atribuyen erróneamente a Walt Whitman: Coged las rosas mientras podáis; veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta.
Por eso, mi forma de coger esas rosas, de oponer cierta resistencia a la guadaña, de frenar un poco y todo eso, es hacer las cosas con entusiasmo y elegir cuidadosamente. Invertir bien cada segundo. Al menos, intentarlo. No es que ya no me aburra. Aburrirme, también me aburro, claro. De hecho, se me antoja una actividad sana y hasta recomendable. Pero lo que ya no hago es perder el tiempo.
Del mismo modo, tampoco me gusta hacerlo perder a los demás. Por eso traeré aquí solo lecturas que me resulten altamente recomendables. Que sean otros los que gasten su limitado tiempo de ocio en despellejar o señalar libros que no son de su gusto. A mí me interesa lo contrario. Fomentar la lectura de lo que me apasiona, de lo que yo entiendo por LITERATURA, con mayúsculas. No necesariamente novedades. Libros que duelen, sacuden, perturban, persiguen, embellecen o curan la herida. Libros que merece la pena compartir. Poner en valor.
Y en este caso, me apetecía estrenarme con uno de los descubrimientos más felices, yo creo, que he realizado en los últimos cuatro o cinco años; esto es: Crónicas de Motel, de Sam Shepard (Anagrama, 1985). Una verdadera joya de bolsillo que, como diría mi hija de tres años, me encantó mucho. Muchísimo.
CRÓNICAS DE MOTEL
Este librito es muy breve (apenas 140 páginas) pero ocupa mucho. Por eso, sería más preciso hablar (más que de librito) de librazo. De hecho, es ya una obra de culto para los que frecuentamos la literatura norteamericana. En él, Sam Shepard, a través de una escritura rápida y certera, disecciona, sin temblores ni azúcares añadidos, el sueño americano. O a mí me lo parece. Y lo hace de una forma que uno percibe como única y deliciosa. Esa atmósfera y tono singular fue lo que también cautivaría al cineasta Wim Wenders y, como es ya sabido, supuso el punto de partida de su magnífica película París, Texas, en la que Shepard fue también coguionista. Así comienza Crónicas de motel de Sam Shepard, con traducción de Enrique Murillo:
En Rapid City, South Dakota, mi madre me daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupase. Estaban saliéndome los dientes y el hielo me insensibilizaba las encías. Aquella noche atravesábamos los Badlands. Yo viajaba en la bandeja que hay detrás del asiento trasero del Plymouth, mirando las estrellas. El cristal estaba helado al tacto.
Y elijo un par de botones más, solo como muestra:
Por el camino nos encontramos rojos cartuchos vacíos y desteñidos por el sol, zarigüeyas muertas, latas de cerveza, cáscaras de nuez, algarrobas secas, un mapache con dos crías, páginas arrancadas de revistas pornográficas, trozos de cuerda, tubos, tapacubos, chapas de botella, salvias resecas, tablas con clavos, tocones, raíces, cristales rotos, pelotas de golf amarillas con listas rojas, una llave inglesa, ropa interior de mujer, zapatillas deportivas, calcetines, un perro muerto, ratas, libélulas jodiendo en pleno vuelo, apergaminadas ranas a las que les habían arrancado los ojos. Recorrimos un montón de kilómetros hasta que llegamos a un lugar en el que el acueducto quedaba completamente cerrado, como un túnel, y no se veía ninguna luz al final.
*
me encontré con la doble de la Estrella/ al abrirse hacia los lados las puertas del ascensor/ y yo salía/ y ella entraba/ a las cuatro de la madrugada/ y vi que estaba absolutamente pirada/ le pregunté que había tomado/ dijo 6 Valium y Vino Blanco/ porque hoy era el último día de rodaje y le pareció que había que celebrarlo/ jodiendo con algún tío del equipo/ y colocándose/ porque este era su pueblo/ y ella iba a quedarse/ mientras nosotros nos íbamos/ y la tortura de no ser más que una doble/ dejada atrás/ en un pueblo en el que le dolía haber nacido/ estaba destrozándola ahora/ de verdad/ y eso hizo que volviera a avergonzarme/ de trabajar como actor en una película/ y provocar ilusiones tan estúpidas/ de modo que me le llevé a mi habitación/ sin planes respecto a su cuerpo/ y ella se sintió desesperadamente decepcionada/ intentó arrojarse por la ventana/ y le dije que no valía la pena/ no es más que una película estúpida/ no tan estúpida, dijo ella como la vida.
Todo el libro está compuesto por estos fragmentos autobiográficos (sin título, pero con fecha y lugar donde fueron perpetrados, casi a modo de diario) cargados de tragedia y locura, ternura y lirismo. Relatos, fotografías y poemas de una vida en la carretera. De recuerdos, viajes y otras historias rotas escritas con un talento apabullante. Una vida que, parece, mereció la pena ser vivida, si uno echa un vistazo a la exótica biografía de su autor. Pero también contada. Contada por él. Además de un conocido actor, un autor galardonado con el Pulitzer y el Obie, y creador de más de cuarenta obras teatrales, por las que se le ha llamado el sucesor de Tenesse Williams, entre otras cosas.
Originalmente la obra fue editada –no por casualidad, se me antoja- en 1982, por la mítica City Light books, librería y editorial, sede central de la denominada generación Beat, fundada por el incombustible (en este 2019 cumple cien años de vida) Lawrence Ferlinghetti, en la ciudad de San Francisco. Yo tenía tres años ¿No es hermoso? Eso es también la literatura. En España, su primera edición data de febrero de 1985. Lo publicó Anagrama en Panorama de narrativas y posteriormente se ha reeditado continuamente en su colección Compactos. Desde que lo descubriera, hace ahora un par de años, si me hablan de literatura y carretera, lo tengo claro. Venga, sí, hablemos de Kerouac, Steinbeck y Cormac Maccarthy. Pero ¿Y Shepard? ¿No has leído nada de Shepard? Uff. Qué grande. Vaya forma de narrar, el tío ¿Y esos poemas? Ya. Ya. La soledad. ¿Pero no estuvo casado con la gran Jessica Lange? Oye. En serio ¿No has leído Crónicas de motel? No me suena. Pues es un libro maravilloso. Para llevar contigo.
Por Carlos Torrero
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